En pleno siglo XXI, la muerte sigue siendo un terreno
insondable para el ser humano, la última de las fronteras. El misterio de su
auténtica naturaleza solo puede ser tratado con algunas aproximaciones
filosóficas. La Ciencia, por otro lado, -la Ciencia que nos ha llevado a la
Luna y ha erradicado enfermedades- no
tiene respuestas claras para cuestiones elementales como establecer el momento
exacto de la muerte. Algo que parece importante si no queremos enterrar a
alguien vivo. Casos no faltan.
En este territorio pantanoso, en el que abundan preguntas y faltan
respuestas, a veces aparece un rayo de luz que nos permite vislumbrar algunas
claves. En medio de los temores, prejuicios y tabúes que aún despierta el
estudio médico de este tema, surgen investigadores que intentan ir un paso más
allá. Lo primero que parece claro es que cuando alguien muere, no es como si apretásemos
el interruptor para apagar la luz. La
cosa parece un poco más compleja.
“Es posible devolver
a una persona a la vida”
Sam Parnia es director de investigación de la Escuela
Universitaria de Medicina Stony Brook, en Nueva York. El principal tema de
trabajo de Parnia es la muerte, y últimamente ha estado ocupado en la
posibilidad de resucitar a una persona. Sin duda, la propuesta del investigador
es valiente aunque está bien sustentada.
Parnia es autor del libro “Eliminando la muerte: La Ciencia está reescribiendo la frontera entre la vida y la muerte”. En la obra trata la problemática actual en el
ámbito médico para determinar el fallecimiento de un paciente. Una de sus
conclusiones es que no todo acaba cuando los signos vitales dejan de existir. “Los
estudios de los últimos diez años nos han demostrado que después de que la
persona muere, solo después, comienza el proceso de muerte de las células del
cerebro”, afirma Parnia.
La naturaleza ofrece un margen al difunto que podría
permitir a los médicos revertir la situación si se dispone de la técnica
necesaria. Y es que, aunque pudiera perecer que la muerte sucede en cuestión de
minutos, “las células del cerebro pueden funcionar hasta ocho horas después del
fallecimiento”. Parnia asegura que,
manipulando el proceso, “se puede restablecer el corazón y devolver a la
persona a la vida”.
La idea es que si el corazón se para, esa resucitación es
posible, si el cerebro deja de funcionar, no. “Mucha gente cuyo corazón se ha
parado durante periodos cortos, unos 20 minutos más o menos, han sido
revividas. No podría ocurrir lo mismo con el cerebro. Y si así fuera, sus
funciones cerebrales estarían tan dañadas que no podría relatar su experiencia”,
explica el profesor.
Esta circunstancia desmitifica directamente las denominadas
Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM). Éstas, no dejarían de ser la
manifestación del funcionamiento de un cerebro que se deteriora. Si el cerebro
deja de funcionar, no hay experiencias ECM, la muerte es segura. Y nadie ha
regresado de la muerte para describir como es la luz al final del túnel.
El investigador emplea el ejemplo de una planta. Cuando la cortamos,
sigue estando viva durante un tiempo. Incluso un árbol, cuando es arrancado por
una tormenta, no se pudre hasta transcurridas semanas o meses. El cerebro también
está constituido por tejidos que sobreviven durante un periodo a la muerte del
corazón.
Terror a ser
enterrado vivo
La necesidad de establecer el momento del óbito no es nueva.
Llegó a convertirse en una obsesión en la Europa del siglo XIX. El temor a ser
enterrado vivo se convirtió en uno de los miedos populares más extendidos.
Numerosos autores e intelectuales dedicaron ensayos a dirimir esta cuestión.
Algunos, con claro tono sensacionalista, aseguraban que una de cada diez
personas era enterrada viva.
Esta incertidumbre motivó el diseño de proyectos
rocambolescos como el sistema de una campana que iba unida con una cuerda al
féretro bajo tierra. Si el finado despertaba de su letargo, podía pedir ayuda.
En Alemania, se hicieron populares los “mortuorios de espera” o “casas de
muertos”. Se trataba de estancias en las que el difunto era expuesto al aire
hasta que aparecían los signos inequívocos de putrefacción. En ese momento se le
daba sepultura.
Por otro lado, las investigaciones de Sam Parnia nos llevan
a una profunda reflexión que tiene que ver con la actitud de los familiares y
allegados del fallecido; con la liturgia que impera en los momentos inmediatamente
posteriores al deceso. El periodo de duelo alcanzaría su máxima significación.
Según el investigador, “la conciencia no desaparece
repentinamente cuando el corazón se para”. Se va diluyendo poco a poco.
Comentarios