El 11 de marzo de 2011, la tierra y el mar temblaron en
Japón como nunca lo habían hecho antes. La ola que siguió a la sacudida de 9
grados en la escala de Ritcher (uno de los cinco mayores seísmos de toda la
historia), penetró en la costa varios kilómetros sin encontrar obstáculo
aparente. Las imágenes grabadas desde el aire mostraban como coches, puentes e
incluso edificios eran tragados por una masa de agua negruzca. La catástrofe
arrojó 20.000 víctimas mortales.
La tragedia, en un país en el que predominan unas
creencias religiosas muy particulares, terminó por convertirse en el campo
abonado para innumerables testimonios y relatos que apelaban a espíritus que vagaban
solitariamente por el epicentro del desastre, posesiones y exorcismos.
"Quizás los
muertos no sepan que ya están muertos"
A las puertas de cumplirse el tercer aniversario de la
triste efemérides, el periodista británico Richard Lloyd Parry recopiló una
serie de testimonios para la publicación London Review of Books. Su encuentro con Kaneda, el sacerdote de un templo zen,
fue la clave para entender de qué manera los japoneses habían metabolizado la
catástrofe, propiciando jugosos relatos
que parecen moverse inquietantemente entre la realidad y las creencias en lo
sobrenatural. Piezas que harían las delicias de cualquier antropólogo o
folclorista.
La creencia de los japoneses de que conviven con sus antepasados ha enriquecido una cultura que se ha reflejado claramente en el cine de terror. |
Kaneda aseguraba haber exorcizado el cuerpo de varios
supervivientes que habían sido poseídos por los espíritus de las víctimas.
Habló del caso de una mujer cuyo cuerpo había sido invadido por 25 almas. Uno
de ellos, relataba, era el de un hombre que aún buscaba a su hija, a la que no
podía rescatar debido a que el cuerpo de la pequeña había quedado atrapado en
el fondo de la ola, entre incontables cadáveres.
En otro extraño caso de posesión, según Kaneda, un
campesino visitó la zona arrasada. Durante las noches siguientes, su esposa fue
testigo de reacciones extravagantes, como que el hombre se paseara por la casa
gruñendo y gritando: "¡Todos deben morir!". Finalmente, Kaneda
realizó un exorcismo al afectado después de haberle dicho: "Algo se ha
apoderado de ti. Quizás los muertos no sepan que ya están muertos".
Uno de los más bizarrros episodios con connotaciones
sobrenaturales tuvo como protagonista la estación de bomberos de Tagajo. Sus
responsables aseguraron que cierto día empezaron a recibir llamadas desde
lugares en los que no había nada. Esto era porque la ola se lo había llevado
todo. Los bomberos empezaron a rezar por las almas de las víctimas y las llamadas
cesaron.
Conviviendo con
los antepasados
Finalmente, y por seleccionar uno de los más llamativos
sucesos de cuantos ha podido catalogar el periodista Lloyd, nos ha llamado la
atención una particular versión de la leyenda de la chica de la curva. En este
caso, un taxista de Sendai recogió a un hombre por la noche. Éste le pidió que
le llevara a una dirección que, para sorpresa del taxista había sido demolida
por el tsunami. Cuando así fue a comunicárselo al pasajero, comprobó aterrado
que no había nadie en los asientos . Pese a todo, el taxi se dirigió al lugar
indicado. Cuando llegó, el conductor abrió la puerta de atrás para que saliera
el espíritu de su acompañante, y así darle descanso.
El ihai, o tabla de los espíritus |
Y en medio de esta multitud de historias increíbles
encontramos las creencias locales, que permiten entender como surgen, incluso
se perpetúan en el tiempo, estos relatos.
Los japoneses conviven de manera cotidiana con sus muertos, a los que
les hablan y les rinden ofrendas. En cada casa, en cada rincón, es habitual
encontrar un ihai, o tabla de los
espíritus, un objeto que generalmente representa la efigie de un antepasado.
Esta forma de entender la espiritualidad, de una manera
tan abierta y natural, ha provocado, concretamente después del tsunami, que se
realicen reuniones en comunidades locales en las que cada uno cuenta su
historia, su propia experiencia. Se habla de las pérdidas pero también de
reencuentros, de comunicaciones con otros mundos, de percepciones
extrasensoriales, de sueños revelados. Y todo ello conforma una poderosa
terapia que tranquiliza el alma de los que se quedaron.
Nuestro destino,
en manos invisibles
Cada gran desastre tiene sus propios fantasmas, genera
sus propios mitos. Días después de que tuviese lugar otro tsunami demoledor, el
del sudeste asiático en diciembre de 2004, centenares de personas afirmaban
escuchar los lamentos de los fallecidos en las playas, e incluso observarlos
deambular por las zonas devastadas. Además, muchos animales se anticiparon a la
tragedia huyendo tierra adentro. Algo que, más allá de una posible explicación
científica (se habló de percepción de cambios en la presión atmosférica),
sugería una misteriosa conexión con la naturaleza.
Las leyendas que generó el accidente de Los Rodeos se basaron en gran medida en la supuesta desaparición del cadáver de una niña |
Tras los atentados del 11-S, también se escucharon
lamentos en la zona cero, incluso
algunos neoyorkinos afirmaban contemplar durante determinadas noches la sombra
alargada de las dos torres. En este caso, fue especialmente interesante
constatar el fenómeno del tercer hombre,
una misteriosa figura que se presenta a quien se encuentra en peligro de muerte
inminente, y que presuntamente había hecho aparición ante los ojos de numerosos
supervivientes del atentado, antes de que se desplomaran las torres.
En el caso del mayor accidente aéreo de la historia,
sucedido en 1979 en el aeropuerto de Los Rodeos, en Tenerife, vecinos de la
zona afirmaban ver, durante los días que siguieron a la tragedia, algunas
sombras deambulando por la pista de aterrizaje en horas en las que las instalaciones
estaban cerradas. Además, en su día recogimos el testimonio de varios militares
destinados en una base anexa al aeropuerto, que se referían a niños con aspecto
espectral que se les aparecían a altas horas de la madrugada. También hablamos
con Marilyn Rossner, la medium que presumiblemente habría vaticinado el
accidente con meses de antelación.
Los
acontecimientos trágicos de gran alcance demandan a gritos respuestas que
formen una gran teoría. Una teoría que permita entender el por qué, y
sobre todo que permita mitigar el dolor. En estos casos, lo más recurrente es
apelar al destino: todo ocurrió porque, de alguna manera, así estaba escrito.
De esta forma, se cuelan por una estrecha rendija unos hilos invisibles que
dirigen los designios de los humanos. Preferimos aceptar que el mundo se mueve
debido a la determinación de energías desconocidas, que la vaciedad del caprichoso
azar.
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