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Vilafor. La cuna del Hermano Pedro


Vilafor entre las brumas. A la derecha, un santuario en el lugar de la casa en la que nació el Hermano Pedro


Para llegar a Vilaflor, tomamos una empinada carretera que parecía alejarnos de todo lo que conocíamos. Era como si nos adentráramos en un terreno inhóspito e inexplorado. Así, empezaron a surgir los pinos a ambos lados de la carretera. Y seguíamos subiendo. La pendiente se hizo aún más grande. La arboleda era más espesa y la niebla empezaba a envolvernos. En cuestión de 20 minutos habíamos pasado del cálido ambiente del sur de Tenerife a la humedad y el frío. Cuando llegamos a las puertas de Vilaflor, el termómetro del coche marcaba 12 grados ¡en pleno mes de abril.
La niebla era tan espesa que nos costó dar con el pequeño hotel pese a que se trata de un pequeño pueblo. Al aparcar y salir del coche, todo era completamente distinto a lo que habíamos dejado atrás. Respirábamos aire limpio y fresco. La quietud era total. No se escuchaba ningún ruido y no había nadie en la calle.
Tras dejar las cosas en el hotel salimos a dar un paseo. Queríamos estirar las piernas tras más de una hora de coche. La niebla era cada vez más espesa y había olor a leña quemada en todas las calles.
Llegamos a la plaza del pueblo. Allí está el Ayuntamiento, un cuartel de la Policía Local, una iglesia y, en un lugar destacado de la plaza, una estatua de Pedro de San José Betancur, el Hermano Pedro. Una figura que despierta gran devoción en Canarias debido a una biografía volcada en la ayuda hacia los más desfavorecidos y a que se trata del primera figura canaria elevada a la calidad de santo.
Nacido en Vilaflor en 1626, emigró a los 23 años a Guatemala donde llevó a cabo una inabarcable labor piadosa, fundando hospitales y escuelas en las que tenía cabida cualquier persona con independencia de sus circunstancias económicas o sociales.
Fue beatificado en 1980 y canonizado en 2002 por el Papa Juan Pablo II, junto a José de Anchieta, también de Tenerife.
Para la causa de su canonización se tuvo en cuenta una curación milagrosa. Un niño de Vilaflor afectado por un linfoma intestinal sanó inesperadamente cuando una monja le pasó por el vientre una reliquia del beato.
En el pueblo se puede visitar su casa natal, ahora convertida en santuario.
Antes de abandonar la plaza, visitamos unos antiquísimos molinos de agua. Un rincón de Vilaflor absolutamente encantador.
Nos movemos por una de las arterias del pueblo, y hacemos una parada para cenar en uno de los pocos restaurantes en los que se puede comer algo después de las 9 de la noche. "El rincón de Roberto" fue una de las alegrías de la jornada. Una exquisita comida casera nos llevó al paraíso acompañados por el calor de una chimenea. Continuamos, ya saciados, de camino al hotel. La noche se nos ha echado encima. La oscuridad se nota plomiza por encima de nuestras cabezas y la niebla nos ha envuelto sin darnos cuenta. Solo estamos nosotros. No nos cruzamos con nadie. Tan solo, percibimos alguna sombra fugaz a unas decenas de metros. Algún vecino, pensamos. El silencio es sepulcral, únicamente roto por el sonido de nuestros pasos.
Escuchamos unos ladridos lejanos. Algún perro pequeño, comentamos. Pero después es acompañado por otro, y luego una multitud de animales. Eran auténticos aullidos. Como si estuvieran cantando a la noche. Virginia se siente inquieta y me comenta que aquello le parecía un mal augurio, que era la señal que antecedía algún fallecimiento. Hablamos sobre ello como algo anecdótico. Llegamos al hotel. Sacudidos por la humedad y el frío, conciliamos el sueño de una forma tan profunda que parecía que llevábamos días sin dormir.
La terrible sorpresa nos la llevamos al día siguiente cuando recibimos por teléfono una funesta noticia que por respeto y consideración no voy a detallar. Sin embargo, fue una experiencia que nos dejó noqueados.
Abandonamos Vilaflor con aquella pesadumbre. Una sensación injusta porque en realidad nuestra pequeña estancia en el pueblo había resultado deliciosa. Había sido una jornada de introspección, de silencio, de paz interior, de reflexión, de conversaciones, de contemplación, de autocontemplación...Cosas que solo consigues cuando entras en un pequeño pueblo encantador como éste, un pueblo al que cuando llegas tienes esa sensación de estar en una película, "parece que llegamos a Twin Peaks", bromeábamos, un pueblo llamado Vilafor.


Efigie del Hermano Pedro y placa honorífica, en la plaza del Ayuntamiento.

"Acordaos hermanos, que un alma tenemos, y si la perdemos no la recobramos"

Parroquia de San Pedro Apostol, cerca del Santuario del Hermano Pedro


Interior de la Parroquia de San Pedro Apóstol


Interior de la Parroquia de San Pedro Apóstol 



Leyenda en el santuario que actualmente se encuentra en el lugar de la casa natal del Hermano Pedro


Fachada principal del Santuario del Hermano Pedro

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