La detonación de un misil nuclear por error en Nyonoksa,
en el norte de Rusia, el pasado 8 de agosto, no fue solo un mero accidente. Fue
la confirmación de que la Humanidad parece haber cogido un camino equivocado,
volviendo a los mismos derroteros que parecía haber abandonado hace dos décadas
con la caída del telón de acero. Pero claro, en aquellos años los escenarios y
los actores eran otros y además, como ya sabemos, la memoria es frágil, tanto
como para olvidar que hemos estado al borde de la autoaniquilación en unas
cuantas ocasiones durante el último medio siglo.
Pero unas semanas antes de este incidente, sobre el que
volveremos más adelante, tuvo lugar otro pequeño cataclismo que, de no haber
sido grabado y difundido masivamente por redes sociales, seguramente habría
pasado desapercibido. Un polvorín militar
hacía explosión en Siberia provocando una deflagración de tal envergadura que
la columna de humo y fuego resultante se asemejaba terroríficamente a la
estampa del clásico hongo nuclear. Un aspecto que hizo sospechar a muchos sobre
la auténtica naturaleza de lo que realmente se almacenaba allí, aunque las
autoridades ya se han apresurado a aclarar que se trataba de munición estándar.
El incidente de
Nyonoksa
El caso es que, en medio de ese estado de confusión, las
espeluznantes imágenes se han difundido masivamente a través de ese catalizador
de miedos que son las redes sociales, multiplicando el impacto emocional. La
falta de información muy propia de las autoridades rusas junto con las
incertidumbres de la prensa internacional hizo que se confundieran ambos
sucesos y que se adjudicara la gigantesca columna de humo al incidente de
Nyonoksa, aunque no tuvieran nada que ver. Eran, sencillamente, dos terribles
accidentes que ocurrieron de forma independiente en Rusia, casualmente de
manera cercana en el tiempo, y que, eso sí, provocaron víctimas humanas.
En mi caso, al visionar aquella sacudida en algunos vídeo,
sentí un escalofrío en la columna vertebral. La sensación era verdaderamente de
irrealidad y tuve que tomarme las molestias de consultar numerosas fuentes para
constatar que las imágenes no eran un montaje y que, efectivamente, en el norte
de Rusia había tenido lugar una explosión que implicó alguna fuente de energía
nuclear.
Al parecer, todo habría sucedido en el transcurso de unas
labores de recuperación de un misil en el Mar Blanco, un nuevo prototipo que el
presidente Putin quiere que sea el estandarte del potencial armamentístico
ruso. Al subirlo al barco, se produjo una explosión accidental que generó una
reacción en cadena en el motor de propulsión nuclear del propio misil. El
suceso, hasta donde sabemos, ya que se trata de cifras oficiales facilitadas
por la propia administración rusa, provoco cinco muertes. Apenas han
trascendido detalles, y las informaciones que han podido obtener los
periodistas son confusas. Kseniya Yudina, portavoz del gobierno de Severodinsk,
admitió un leve aumento de la radiación en la zona. Una admisión, por otro
lado, inevitable, ya que los propios vecinos, imbuidos en esa cultura de las
pruebas militares a las que están acostumbrados, suelen disponer de detectores
de radiación de mano. De hecho, no es difícil encontrar vídeos en Youtube de
ciudadanos de Severodvinsk con un medidor y mostrando esos índices de
radiactividad.
Sobre las idoneidad de evacuar, todo fueron
contradicciones también. Las evacuaciones
en localidades como Nyonoksa son relativamente frecuentes por
encontrarse cerca de campos en los que se desarrollan pruebas militares. Pero
esta vez no. Para ser más exactos, primero dijeron que sí, y después que no.
En medio de esta sucesión de datos confusos, llegan las
manifestaciones de los médicos de un hospital de la cercana localidad de
Arkangelsk, a donde fueron derivados los heridos por el accidente. Nadie les
comunicó que iban a tratar a personas afectadas por radiación, con la grave
exposición al estado de salud del personal médico que esto con llevaría.
Vladimir Putin presentó en marzo de 2018 las nuevas armas con las que Rusia competirá en esta nueva escalada nuclear |
Antes la URSS,
ahora Putin
En fin, una historia muy a lo Chernobyl. Todo muy
hermético, todo muy ruso. La historia que se repite una y otra vez. Antes, en
tiempos de la URSS, ahora, en tiempos de Vladimir Putin, que en ciertos
aspectos viene a ser lo mismo. Y éstas
son las cosas de las que nos enteramos; de muchas, quizás de la mayoría, no
tendremos ni idea nunca.
Gracias en gran medida al poder de las redes sociales, y,
por otro lado, al trabajo de una nueva hornada de periodistas que no trabajan
al amparo de ningún gran medio de comunicación, casi que por amor al arte y
jugándose en muchos casos el pellejo. Es el caso de la publicación digital
independiente Radio Free Europe / Radio
Liberty (www.rferl.org), la única fuente fidedigna que pude encontrar para
hacer un seguimiento a esta historia, y que iba más allá de los titulares
repetidos en todos los medios durante los primeros días siguientes al
incidente.
Al final, expertos estadounidenses en armamento
inevitablemente metieron las narices en este asunto y confirmaron lo que ya se
sabía. Más allá de un accidente, que puede haber tenido una serie de
implicaciones en la salud pública, la explosión de Nyonoksa supone un punto de
inflexión ya que confirma que estamos inmersos en una nueva era armamentística,
un nuevo punto de partida en una loca carrera que, al igual que ocurrió en los
peores años de la Guerra Fría, no sabemos a dónde puede llevarnos.
Según sospecha la inteligencia de Estados Unidos, lo que
estalló en el Mar Blanco fue un misil Burevestnik,
la nueva joya de la corona del arsenal nuclear ruso. Vladimir Putin hizo su presentación en
sociedad en marzo de 2018 cuando, en un ejercicio de músculo., confirmó al
mundo que estaba desarrollando una serie de armas que revolucionarían las
reglas del juego geopolítico.
Una de las grandes cualidades del Burevestnik, y que lo hacen tan temible, es que tiene una autonomía
casi ilimitada, es decir, que podría alcanzar cualquier punto del planeta. Esto
es posible gracias a que va impulsado por un motor que emplea materiales
fisibles, precisamente la casusa del problema del suceso de Nyonoksa. La
intención del Kremlin es desarrollar e implementar este tipo de motores
nucleares en sus misiles, imitando en cierta manera los dispositivos que emplea
la NASA para sus robots en Marte. De hecho, una de las aspiraciones de la NASA
es el desarrollo de los dispositivos Kilopower, que permitirá optimizar al
máximo las fuentes de energía nuclear a pequeña escala. Hay un repunte, por
tanto, en el interés por la energía nuclear. En el terreno armamentístico, ya
se habla de armas tácticas nucleares, es decir, bombas atómicas de pequeña
potencia, ligeras y fáciles de transportar.
Estados Unidos desarrolla sus propias armas tácticas. Por
ejemplo, la ojiva W76-2, una bomba de
"bajo rendimiento" pero que equivale a un tercio de la lanzada sobre
Hiroshima. Son armas que nunca se han utilizado pero quizás sea cuestión de
tiempo que sean detonadas en algún escenario bélico.
Armas nucleares
"de bolsillo"
Al minimizar las consecuencias de las armas tácticas, se
puede incurrir en el error de legitimarlas en casos concretos. Conociendo la
premisa de que no existen conflictos locales con armas nucleares, este posible
escenario resulta muy inquietante.
Me atrevería a decir que existe una hoja de ruta para
concienciar a las sociedades sobre esta nueva realidad. El primer paso lo dio
la era Trump con un hábil golpe de efecto, al lanzar "la madre de todas
las bombas" sobre un enclave terrorista en Afganistán, en abril de 2017, dejando
un centenar de combatientes muertos. Se traba de la bomba no nuclear de mayor
potencia en el arsenal de Estados Unidos, pero aquí la cuestión es que ha
servido para aumentar la tolerancia por parte de la opinión pública hacia este
tipo de armas, si al final se justifica por la lucha contra el terrorismo
internacional y, además, no deja los efectos devastadores de Hiroshima y
Nagasaki.
Los ciudadanos terminan por bajar la guardia cuando
asumen que tanto Estados Unidos como Rusia se han apartado de algunos
importantes tratados de no proliferación de armas nucleares, como el relativo a
Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, echado por tierra el pasado 2 de agosto,
curiosamente seis días antes de la explosión de Nyonoksa. Por tanto, la gente
normaliza este escenario y termina por
asumir que cualquier cosa ya será posible.
Otros factores hacen que esta nueva carrera
armamentística sea especialmente preocupante.
¿Dónde está el
teléfono rojo?
En el artículo "Talking away from Armagedon"
firmado por Lawrence J.Korb y Arnold S. Cohen para la publicación digital
experta en asuntos armamentísticos The
Bulletin, podemos leer que en la actualidad hay nuevos misiles en
desarrollo que no solo tienen casi ilimitada su autonomía, sino que son capaces
de alcanzar hasta cinco veces la velocidad del sonido. Estos expertos también
advierten que ya están en fase de prueba las armas espaciales.
Pero aclaran que el factor clave en esta escalada son las
pésimas comunicaciones entre los dos bloques.
Uno desconoce las intenciones del otro, con lo que las decisiones
erróneas debido a malas interpretaciones fácilmente pueden conducir al
desastre. Hasta en los peores años de la Guerra Fría existía un teléfono que
permitía establecer una línea directa entre ambas administraciones pero en la
actualidad, da la impresión de que para cada una de las partes implicadas, la
otra simplemente no existe. Los autores sostienen que las comunicaciones entre
Estados Unidos y Rusia, a día de hoy, en plena era digital, "están alarmantemente
limitadas".
Todas estas informaciones, a los que ya pasamos de los
cuarenta, nos provoca algunas sensaciones viscerales. El miedo a una guerra
nuclear era algo con lo que todo el mundo convivía hace tan solo tres décadas.
Y el impacto emocional que provocaba solo imaginar un conflicto de ese calibre
nos dejaba helados. Y lo peor es que podía haber sucedido. Aprendimos a vivir al
borde del abismo.
También se despertó una hipersensibilidad social hacia
este tema y un activismo creciente puso el grito en el cielo. El cine, ese gran
termómetro de los miedos colectivos, supo transmitir la problemática a través
de películas como "Juegos de Guerra" (1983, John Badham), en la que
una inteligencia artificial tenía la capacidad de decidir el inicio de un
conflicto nuclear. Un film que, en una época tan temprana, denunciaba la parte
más oscura de la tecnología y su retorcido uso para objetivos militares.
Habría que destacar también la desesperanzadora "El
día después" (1983, Nicholas Meyer). La cinta cuenta una historia de supervivencia
por parte de una comunidad de Arkansas tras una serie de explosiones atómicas.
La película se convirtió en un auténtico alegato contra esta carrera
armamentística, mostrando, casi de forma documental, los efectos físicos
provocados por un conflicto de esta naturaleza.
No es casual que ambas películas vieran la luz el mismo
año, una etapa de la Guerra Fría especialmente complicado a raíz de la
intervención rusa en Afganistán, el endurecimiento del discurso antisoviético
de Jimmy Carter, el boicoteo de la URSS a las Olimpiadas en Los Ángeles de 1984
y la interrupción del diálogo entre las dos superpotencias.
En tiempos mucho más recientes, el cine y la televisión
han vuelto a visitar esos territorios. En el caso de la serie "Years and
years" (HBO), de una manera magistral. La historia describe un futuro
distópico muy próximo en el que el discurso de extrema derecha está en auge en
Inglaterra y, sobre la mesa, está la posibilidad de una guerra nuclear. El
primer capítulo adquiere tintes de película de terror cuando una explosión atómica
tiene lugar en el sudeste asiático, mostrando todas las implicaciones que este
hecho tiene en la vida sencilla de una familia inglesa.
Y no podemos dejar citar la sorprendente y extrañísima
tercera temporada de la mítica serie "Twin Peaks", estrenada en
2017. En el capítulo 8 se explica cual
podría ser el origen del mal que afecta al pueblo, de forma muy velada, eso sí,
muy al estilo de su director David Lynch. Todo empieza con una asombrosa
recreación de una de las detonaciones nucleares efectuadas en Nuevo México, en
1945, entendemos que dentro de lo que se denominó Proyecto Manhattan. De las
entrañas de esa apocalíptica deflagración empiezan a surgir siniestras
energías, alguna con el rostro de Kill Bob, el sobrenatural asesino de la serie
popularizado sobre todo en la primera temporada. Para Lynch estaba claro,
aquella explosión atómica era la raíz de todo mal, y al igual que era la
causante de los horrores que se habían instalado en Twin Peaks, podría serlo de
otros muchos sucedidos desde entonces en otras partes del mundo.
La escena, en cierta manera, aporta algunas valiosas
claves entender, aunque a un nivel muy subterráneo, ese miedo a la energía
nuclear. Y es que en ese momento se desata una fuerza desconocida y todopoderosa.
Como si las fuerzas más elementales y oscuras del Cosmos irrumpieran en esta
parte de la realidad.
Comentarios