Resto recuperado de la roca caída en Cheliabinsk. Pesa unos 570 kilos. |
Hará unos ocho años, a raíz del descubrimiento del
mediático asteroide Apophis, el asunto de los objetos cercanos a la Tierra
cobró un interés extraordinario en los medios de comunicación. Por aquel
entonces empezaron a surgir ideas de lo
más ocurrentes para desviar la trayectoria de una roca del espacio en rumbo de
colisión contra la Tierra y se hicieron algunas declaraciones por parte de
astronautas, astrónomos y expertos implicados en la detección de asteroides.
Uno de ellos, Miguel Belló-Mora, director DEIMOS, empresa del sector
aeroespacial, e implicado en un proyecto para hacer frente a este tipo de
amenazas, aseguró que era "bastante improbable" que un asteroide de
más de diez metros colisionara contra la Tierra en los próximos cientos de
años. Mal que nos pese, el paso del tiempo ha demostrado la inexactitud de las
palabras del experto y, por tanto, la incertidumbre que reina en el terreno de
la detección y análisis de este tipo de peligros.
El cielo tembló en
los Urales
El pasado 15 de febrero, el ser humano fue testigo de un
fenómeno natural que iba a ser registrado como nunca antes: la entrada de un
bólido en la atmósfera en la zona de los Urales, en Rusia. Dos explosiones
alertaron a la población de la localidad de Cheliabinsk. Acto seguido, las
ventanas de toda la ciudad saltaron por los aires como consecuencia del
estampido sónico. Los ciudadanos, atónitos, observaron en el cielo la estela fantasmagórica dejada por una roca que acababa
de atravesar la atmósfera. El evento fue de una violencia excepcional.
Estela dejada por el bólido en Rusia |
Como consecuencia del incidente, miles de personas
tuvieron que ser atendidas, principalmente por heridas producidas por cortes de
cristales. Así, el evento de Cheliabinsk se había convertido en el primero en
el que la llegada de una roca del espacio implicó daños físicos a cientos de
personas.
Ha sido recientemente, una vez recogidos todos los datos
y analizados, cuando hemos comprendido el alcance de aquel acontecimiento. Las revistas Science y Nature han publicado nuevos datos que nos hacen pensar como
hemos subestimado esta amenaza y, sobretodo, que estos eventos parecen
producirse con más frecuencia de la que imaginábamos.
La roca que se fragmentó, antes de entrar en la
atmósfera, medía 20 metros de diámetro, más o menos un edificio de tres
plantas. Esto es cinco veces más de lo que se había calculado inicialmente.
Además, tenía una masa de nada menos que 10.000 toneladas. Semejante mole,
moviéndose a 18 kilómetros por segundo, impactó contra la atmósfera provocando
una detonación de unos 500 kilotones, es decir, unas 20 veces la bomba de
Hiroshima. Por primera vez, la Ciencia se pudo aproximar a esta clase de
fenómenos de una manera tan directa y permitió dar cuenta de lo vulnerables que
somos.
Acontecimientos similares se han dado a lo largo de la
historia; el último en Tunguska en 1908, un incidente equivalente a una
explosión termonuclear que derribó millones de árboles en Siberia. Pero en
aquel caso, lo sucedido solo pudo ser reconstruido de forma indirecta, a través
de los testimonios de los residentes y de las desconcertantes huellas dejadas
en el suelo.
Un millón de
asteroides peligrosos
El incidente de Los Urales ha sido tratado en una reunión entre miembros de Naciones Unidas y seis ex astronautas en Nueva York
organizada por la Fundación B612. El objetivo era alertar a la comunidad
internacional para que tome medidas sobre un asunto que puede repetirse en el
momento menos pensado. Merece la pena destacar varias ideas puestas sobre el
tapete.
Una es que hay muchos más asteroides en órbitas de
cercanas a la Tierra de lo que se pensaba, alrededor de un millón. Sólo una
mínima parte son monitorizados por los sistemas de vigilancia de las agencias
espaciales. Por ejemplo, el catálogo de Asteroides Potencialmente Peligrosos de
la NASA sólo contempla unos 1.400 registros. En este terreno aún está todo por
hacer.
Un fragmento del meteoro caído en Rusia dejó un agujero en el hielo de siete metros. |
La otra conclusión es que eventos como el de Cheliabinsk
son unas diez veces más frecuentes de lo que se pensaba. Incluso existe la
probabilidad de que tenga lugar un fenómeno de mayor intensidad.
Se hace necesaria, por tanto, una mayor vigilancia del
espacio ya que la detección temprana de este tipo de objetos será crucial para
ejecutar alguna maniobra de evitación. En este sentido, se ha anunciado el
lanzamiento al espacio de Sentinel,
un telescopio con sistemas ópticos especiales que permitirán monitorizar
cualquier roca que se aproxime a la Tierra.
¿Y cómo evitar la llegada de un asteroide en rumbo de
colisión una vez sea detectado por Sentinel? Durante años se han elaborado
sesudas ideas aunque el consenso general entre los expertos es el de hacer colisionar
un objeto lanzado desde la Tierra con la antelación suficiente que golpee a la
roca y la desvíe de su destino.
Un proyecto que logró financiación por parte de la
Agencia Espacial Europea en 2004 fue español. Su nombre: Don Quijote. Una
sonda, Sancho, observa y recoge datos, y la otra, Hidalgo, impacta contra la
roca. La desviación será de solo unas micras por segundo, pero colisionando con
la anticipación necesaria bastaría.
En nuestra corta vida como especie hemos convivido con
este peligro sin ser conscientes de que se trataba de algo real. Tenemos la
idea de que nuestro planeta se desplaza por el espacio de una forma
perfectamente organizada y atendiendo a un orden cósmico, cuando la realidad es
mucho más caótica y compleja. Somos vulnerables aunque no lo sepamos porque no
controlamos nuestro entorno.
Ahora, tal y como señala el ex astronauta Thomas Jones,
"el evento de Cheliabinsk ha marcado la diferencia. Nos ha mostrado la
realidad. No se trata de una idea de ciencia ficción o que vaya a suceder dentro
de 100 o 500 años. Ha ocurrido ahora".
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