Los tiempos actuales, cargados de incertidumbre y de
desesperanza, son el caldo de cultivo perfecto para que mucha gente caiga en
las redes de los vendedores de humo. No es difícil abrir el periódico por la
sección de anuncios y encontrar ofertas laborales que no son lo que parecen a
primera vista. Todo está revestido de una forma muy atractiva, con promesas de
éxito y grandes ingresos económicos.
En el caso que nos ocupa, nos remitimos al pantonoso
mundo de las líneas de teléfonos del tarot. Hace unas semanas, recibía el email
de Julio, un joven de 30 años cuyo futuro se ha venido abajo durante el último
año, debido a numerosas circunstancias. Julio, como otros tantos desempleados,
compra el periódico todos los domingos para tantear las ofertas de empleo.
Cierto día, leyó un anuncio que rezaba: "Hazte tarotista, una profesión en
rápido crecimiento. No es necesario tener experiencia previa". Aquello
escamó a mi comunicante, pero la falta sangrante de perspectivas laborales le
motivó a llamar y a informarse. No tenía nada que perder. O eso pensaba
entonces.
Tarotista por cien
euros
Le atendió una señora de unos cincuenta y
tantos que hablaba en nombre de un gabinete de tarotistas bastante conocido. Con
un tono sumamente amable y cercano, le dio una explicación de lo que podría ser
su trabajo como tarotista por teléfono. "Ante todo, no somos videntes,
somos asistentes. Ayudamos a personas que necesitan ayuda, que están
desesperadas", aclaraba su interlocutora. Es la famosa coartada de los
mercaderes del tarot. Recubrir su actividad con una pátina de servicio social
les legitima, y mucho en los tiempos que corren. De paso, evitan ser tachados
de brujos o estafadores. Ellos mismos son los primeros que saben que adivinar
el futuro es una cosa muy complicada.
A Julio se le dijo que, antes de iniciar su trabajo como
tarotista, tendría que asistir a un curso de un mes en el que se le explicarían
algunas cuestiones elementales sobre el significado de las cartas del tarot. La
cosa le saldría saladita: cien euros. Fue citado un viernes por la mañana en un
segundo piso de un bloque de Ofra, en Santa Cruz de Tenerife. " Me abrió la
puerta una señora de unos sesenta años que me invitó a pasar. Entramos en el
salón de su casa. Estaba todo aquello lleno de velas y de santos", relata
Julio. Uno de los momentos más surrealistas llega cuando es llevado ante un gran
retrato de la difunta madre de la dueña de la casa, que presidía el salón, y
obligado a persignarse delante de la imagen. "Me dijo que eso tendría que
hacerlo todos los días que entrara por aquella casa", apostilla.
Durante aquellas sesiones, Julio, entre gemas mágicas y
aromas de incienso, aprendió a descifrar los secretos de los arcanos mayores,
los arcanos menores, las cartas protectoras, las distribuciones en las tiradas,
etc.
Cierto día, le
incomodaba un dolor en la espalda. La "maestra" intentó aliviar la
molestia de una forma muy peculiar: mediante una imposición de manos. "Me
pidió que me relajara en la silla y que dejara la mente en blanco. Entonces,
esta mujer se queda por detrás mío y me pone las manos por encima de la cabeza
con las manos abiertas. Empezó a susurrar no se qué cosa de los ángeles
protectores. Yo estaba como flipando pero le seguí el rollo". Finalmente,
la dolencia muscular solo se pudo aliviar después de pasar por la farmacia,
según nos aseguró.
La "experta" le pidió que se comprara un mazo
de cartas para las clases, cartas que después le servirían para ejercer como
tarotista ya que quedarían "impregnadas de su aura". Esto
presuntamente les otorgaría más poder. Pero antes tendría que someterlas a un
ritual un tanto bizarro. "Me dijo que me pasara el día tocando las cartas
para que les trasmitiera mi esencia y que por las noches las sacara al balcón y
las dejara allí hasta la mañana, para que les llegara la luz de la Luna y así
se cargaran". La voluntad y la desesperación de Julio lo convirtieron en
un entregado a la causa. Ya no tenía nada que perder. Así que acató las
instrucciones de su mentora, aunque ello le costó la compra de un nuevo juego
de cartas ya que el anterior quedó inservible tras una llovizna durante una
madrugada.
La paciencia de Julio pareció agotarse cuando el mes de
preparación llegaba a su fin. La instructora le dijo que su formación aún no
había concluido y que le haría falta otro mes adicional, previo pago de otros
cien euros, claro. Julio se negó rotundamente. Quería empezar a trabajar ya, en
lo que fuera y como fuera, pero ya mismo.
Leyendo el futuro
desde casa
"Se me puso en contacto con otro número de teléfono
para que me diesen las instrucciones para trabajar desde casa. Todo era como
una película de espías. Nadie se llamaba por su nombre ni te atendían
personalmente. Todo se hizo por teléfono. Incluso, me dijeron que eligiera un
alias para ser identificado". Julio eligió "Pegaso". Así sería
como se presentaría ante las personas que llamaran pidiendo consulta.
Las condiciones económicas no eran precisamente
exquisitas. Al consultante, la llamada al teléfono 806 le salía alrededor de
1,20 euros por minuto. Pegaso ingresaría 20 céntimos por minuto.
Empezó un lunes por la mañana desde un pequeño cuarto en
su casa, donde nadie le molestaría. Marcó un número de teléfono, tecleó una
clave y el servicio se activó. A partir de entonces, solo tendría que esperar a
que llegaran las llamadas. Hizo tiempo, repasando lo que había aprendido
durante el curso. No debía cruzar las
piernas durante la tirada, usar un mantel rojo sobre el que arrojar las cartas,
unas velas aromáticas que inspiren un ambiente místico, etc.
Llegó la primera llamada, y a Julio casi le sale el
corazón por la boca. Se trataba de una señora que había conocido a un hombre por
el que se sentía atraída, en una fiesta para la tercera edad. La consultante
quería saber si tenía alguna esperanza con este señor. Pegaso empezó a tirar las cartas a discreción. Algunas se le
caían al suelo, pero intentó mantener la calma. Fue haciendo una interpretación
un tanto vaga de las imágenes según iban apareciendo. Al final, no sabe muy
bien por qué ni cómo, le dijo a la pobre mujer que no albergara ninguna expectativa,
que con este hombre no había posibilidades. Esto le costó el primer tirón de
orejas a Julio desde la dirección del gabinete. Las lecturas de cartas había
que hacerlas siempre en positivo, le dijeron. La idea era la de alentar la
esperanza de la gente que llama. Vamos, engañarlos si fuese necesario.
Además, si las cartas se le caían al suelo, no importaba.
Que le dijese al consultante lo primero que le viniese a la cabeza. Seguro que
la información dada sería fruto de una inspiración providencial.
Al día siguiente llamó un joven de unos veintipico. El
chico andaba desesperado porque su novia le había dejado y él no podía vivir
sin ella. Quería saber si estaba con otro. Pegaso, por supuesto, le dijo que no
se preocupara y le dio un plazo de un mes para que la chica volviese a sus
brazos. Al colgar, se quedó con un poso de mala conciencia del que no pudo
desprenderse durante el resto del día. Eso sí, el consultante pareció sentirse
satisfecho con la lectura de las cartas.
En cierta ocasión, recibió la llamada de una mujer cuyo
hijo tenía una grave enfermedad. Le preguntaba cuál era el pronóstico para el
muchacho. Aquello superó a nuestro protagonista que solo atinó a colgar el
teléfono y a abandonar definitivamente toda pretensión de convertirse en
futurólogo desde casa. Comunicó su decisión al gabinete de tarotistas y hoy en
día trabaja felizmente, y con contrato
fijo, como dependiente en una tienda de mascotas.
"Me vi en una situación económica muy mala, pero me
fui dando cuenta de que aquello no era la solución a mis problemas. Tenía que
estar todo el día pendiente del teléfono para apenas recibir cuatro llamadas al
día, totalmente insuficiente para solucionar mi situación económica. Pero lo
que más me mataba era tener que dar falsas esperanzas a una gente que llamaba
totalmente hecha polvo. Con lo del chico enfermo, ya vi que no tenía estómago
para esto", reflexiona Julio.
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