Nave Orión diseñada en los años 50 del pasado siglo |
Hace unos días, la NASA lanzó desde Cabo Cañaveral su
nueva nave Orion. Es la nueva apuesta de la agencia americana por volver al
espacio con misiones tripuladas y recuperar el orgullo perdido tras la
cancelación del programa de los transbordadores espaciales, sobre todo a raíz
del doloroso accidente del Columbia. Ahora quieren devolver al hombre a la
Luna, incluso más allá, llevarlo a Marte. Poner un pie en el planeta rojo forma
parte de una ambiciosa hoja de ruta que comenzará en 2020. Posiblemente, las
misiones Orion sean las primeras que alumbren la colonización de otros mundos.
Quizás Marte solo sea el comienzo. Pero la conquista de otros planetas es un
viejo anhelo humano.
Durante los años 50, cuando ya se empezaba a vislumbrar
eso que se dio en llamar la carrera espacial, la Sociedad Interplanetaria
Británica alumbró otro proyecto Orión. En este caso se trataba de fabricar una nave cuyo objetivo fuese alcanzar, ya no los planetas de
nuestro propio sistema solar, sino otras estrellas. Un poco pretencioso si
tenemos en cuenta que el sistema estelar más próximo se encuentra en Alpha
Centauri, a 4,3 años luz de la Tierra. Esto es algo más de 4 años viajando a la
velocidad de la luz. Hoy día no disponemos de semejante tecnología. ¿En qué
pensaban entonces los científicos de la Sociedad Interplanetaria Británica?
Plano de la nave interestelar Orión. Diseño de Rick Sternbach aparecido en el libro Cosmos de Carl Sagan. |
Camino a Alpha
Centauri
Según los cálculos de los físicos Ted Taylor y Freeman
Dyson, la nave Orión se movería gracias una serie de explosiones de bombas de
hidrógeno contra una placa de inercia. Este sistema proporcionaría una serie de
impulsos cuya eficiencia superaría con creces a los convencionales cohetes
Saturno V del programa Apolo.
El problema que encontró el proyecto fue precisamente
éste, el uso de armas nucleares para proporcionar energía en una época
especialmente sensible a este tipo de asuntos. Se llegó a proponer la
posibilidad de construir la nave en el espacio y de esta forma evitar un
posible accidente atómico en la Tierra. Los desechos radiactivos se habrían
soltado en las inmensidades del espacio profundo, no molestarían a nadie, según
sus promotores. El propio Carl Sagan, entregado totalmente a la divulgación de
los peligros nucleares, vio sin embargo con buenos ojos esta iniciativa. Así,
aunque se empezó a trabajar de manera real en el programa en 1958, en 1963 se
le puso fin tras la firma de los tratados de prohibición de ensayos nucleares.
Los responsables del proyecto Orion aseguraban que se
podía conseguir el 10% de la velocidad de la luz. De esta forma, Alpha Centauri
se podría alcanzar en plazo de unos 43 años, un periodo inferior al de una vida
humana. Metas más lejanas requerirían varias generaciones de tripulantes, o
bien sistemas de hibernación, algo que encarecería enormemente la empresa.
Se me ocurre que de no haberse suspendido el proyecto en
1963, las investigaciones hubiesen continuado y ya habríamos visto a un hombre
poner un pie en Marte hace tiempo. Quizás la imagen de una nave tripulada flotando
en las inmediaciones de Júpiter mostrada en la película 2001. Una odisea
del espacio (Stanley Kubrick, 1968) ya no parecería algo tan de ciencia ficción.
Otras ideas
proponían abiertamente el desplazamiento a velocidades cercanas a la de la luz.
Fue el caso del Ramjet Bussard,
diseñado en 1960 por el físico estadounidense Robert W. Bussard. En este caso,
la nave no requeriría tanques de combustible ya que aprovecharía el hidrógeno
del propio espacio. Los inconvenientes no eran pocos, entre ellos, la propia
vulnerabilidad de los tripulantes expuestos a la radiación del motor, o el
hecho de que los motores tendrían que tener las dimensiones de pequeños mundos.
Apuntemos un poco más lejos. Hace tan solo unos meses, el
investigador Harold White planificó otra nave interestelar que, empujada por el
denominado empuje Warp, podría
superar varias veces la velocidad de la luz.
Rick Sternbach (a la derecha), ilustrador de diseños de naves espaciales para películas , entre ellas Star Trek, y autor del modelo del Proyecto Orión. |
¿Un viaje solo de
ida?
Las naves con capacidad de conseguir velocidades
sub-lumínicas podrían llegar al centro de la Vía Láctea en solo 21 años, o a la
galaxia Andrómeda en 28. Esto medido con un reloj de a bordo, claro. Para el
resto de la Humanidad habrían pasado decenas de miles de años. Quizás, en el
camino de vuelta ya no quedara nadie para esperar a los tripulantes
interestelares. Es posible entonces que el viaje hacia las estrellas solo tenga
sentido que para los que forman parte de la expedición. ¿Qué lógica tendrá
entonces un viaje, prácticamente sin retorno, que solo desplazaría a un puñado
de hombres y mujeres hacia destinos increíblemente lejanos? Aunque enviaran una
señal desde la galaxia M81 para decirnos que todo va bien, ese parpadeo se
perdería en el espacio y en el tiempo. No sabríamos nada de ellos hasta dentro
de 30.000 años. ¿Qué habrá sido de nosotros entonces? Aparte de las cuestiones
técnicas, una empresa de este tipo tendrá profundas implicaciones filosóficas. Cuestiones
que tendrán resolver los humanos de un futuro quizás no tan lejano.
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