Hotel Finca La Raya |
Por fin llegamos al lugar. Son las ocho de la tarde. Acabamos
de dejar el coche en un pequeño terraplén que se encuentra a los pies del hotel
rural. Nuestro vehículo es el único, lo que nos hace sospechar que no habrá más
visitantes salvo los propietarios. El hotel rural Finca La Raya, en Güímar
(Tenerife), había arrastrado una serie de leyendas durante los últimos años que
lo habían convertido en el último santuario de los investigadores de misterios
locales. Las historias que escondían aquellas paredes hablaban de apariciones
fantasmales; particularmente la de una mujer de largo cabello oscuro que sienta
al borde la cama de una de las habitaciones. Éste extremo habría sido
confirmado por al menos tres parejas de inquilinos. Hasta allí nos desplazamos
para corroborar estos relatos.
A medida que avanzamos hacia la entrada de la casa, ésta se
nos presenta desdibujada y triste con el ocaso de la tarde. La quietud es
total. El silencio y la tranquilidad que buscan los huéspedes, británicos y
alemanes en gran medida, parecen garantizados en este rincón de la parte alta
de Güímar. Avanzamos por un pasillo exterior
que colinda la fachada frontal del inmueble. A mano izquierda encontramos un
viejo cuarto que se habría usado para el cultivo de la cochinilla hace siglos,
y una densa vegetación empieza a rodearnos según nos aproximamos a las
escaleras principales. “Se trata de plantas exóticas traídas de Sudamérica.
Pasaban periodos de tiempo en la finca para aclimatarse, antes de ser enviadas
a la península”, nos explica Francisco Toledo, uno de los responsables del
hotel, para hacernos una idea de los múltiples usos por los que pasó la casa y
la larga historia que pesaba sobre sus cimientos.
Drago centenario cerca del hotel |
Francisco, el marido de la propietaria, Carmelina Rosa, nos
acaba de recibir en lo alto de las escaleras. Estamos en un porche en el que
aparecen ordenadas algunas mesas y sillas para que los comensales de la exquisita
cocina de Carmelina disfruten de la naturaleza que se encuentra allí mismo. A la
derecha, un estanque presidido por una borrosa inscripción, “1863”; según
Francisco, escrita ese mismo año.
Francisco estrecha
nuestra mano con un fuerte apretón, aunque su amabilidad no
esconde un fuerte carácter que explica la sólida determinación en transformar
una casa casi en ruinas en un apacible hotel rural hace 15 años. Una labor
fatigosa que ha pasado por una profunda investigación de los elementos
necesarios para restaurar el inmueble y devolverlo a su esplendor centenario. Y
eso se respira cuando caminas por los pasillos. Todo huele a madera y humedad.
Las estancias son oscuras y barrocas, y evocan mil y una historias que hipotéticamente
podrían haber ocurrido allí.
La cuarta casa de
Tenerife
El responsable del hotel asegura que aquella casa fue
propiedad del Adelantado Alonso Fernández de Lugo. Es decir, fue construida
hace unos 500 años y, de hecho, “se
considera la cuarta casa construida en la isla”. Algo que se puede constatar
cuando nos asomamos a una pequeña terraza de la primera planta y contemplamos
un hermoso drago que, según nuestro guía, tendría cientos de años de vida. Este
dato lo acompaña de una suculenta historia que les hizo –a él y a su esposa, la
propietaria- tomar conciencia de los orígenes de la casa. Y es que cierto día, “un
señor de Adeje” les dijo que aquella había sido la vivienda del Adelantado sin
que nadie hubiese tenido conocimiento previo de ello. Solo posteriormente, tras
contrastar la información con los archivos históricos, se pudo comprobar que
el enigmático informante estaba en lo cierto.
Pasillo en el que se oyen pisadas "invisibles" |
Francisco relata innumerables aspectos y anécdotas mientras
caminamos por la casa. Sus palabras denotan un profundo conocimiento histórico
no solo del edificio, sino también del contexto social en el que se desarrolló
la vida de sus inquilinos. Mientras, mi buen amigo Juan Luis Díaz no para de disparar fotografías de cada rincón.
En la primera planta atravesamos un pasillo flanqueado por
varios ventanales. Es aquí donde se concentran parte de los fenómenos
inexplicables que han sido relatados. Los ocupantes de las habitaciones han hablado
de pasos que atraviesan el pasillo de lado a lado. Incluso, los propios responsables
del hotel, según nos confiesan, cierta noche al llegar, escucharon un correteo
incesante en este pasillo, que al entrar en la casa queda justo encima de sus
cabezas. “Era imposible porque el pasillo estaba cerrado por ambos lados. No
había nadie en esa planta”, apostillaba la aún asombrada Carmelina. Descarta
que se debiera al crepitar de la madera y se reafirma en que se trataba de “pasos
clarísimos”.
Francisco nos cuenta la supuesta leyenda de una pianista que
se alojaba en una habitación de ese piso a principios del siglo XX, cuando el
hotel se destinaba a atender fundamentalmente a enfermos con problemas
pulmonares. La joven se enamoró perdidamente del propietario de la casa y, al
no ser correspondida, se habría tirado por una de las ventanas del pasillo. Al
preguntarle a nuestro guía sobre el fundamento de esta leyenda, afirma con
rotundidad que todo fue cierto. Que, incluso, la habitación en la que se
hospedaba la malograda muchacha estaba justamente a nuestra espalda en ese
momento. Se encontraba cerrada a cal y canto, y a mi petición de husmear en la
estancia, Francisco respondió negativamente: “Es que la habitación está patas
arriba”.
Apariciones en la
última planta
Subimos una planta más y llegamos a la parte más elevada del
edificio a través de una estrecha escalera. En la penumbra intuimos un
recibidor con una mesita y varias sillas. Todo muy antiguo. Es como si nos
hubiésemos transportado en el tiempo unos trescientos años atrás. Anexo a este
saloncito hay una habitación que viene a ser el otro plato fuerte de nuestra
visita.
Esta estancia arrastra otra leyenda negra. Según se cuenta,
y así lo ratificó el responsable de la casa, una mujer estuvo encerrada en este
lugar mucho tiempo por su marido. Cierto día logró salir con tan mala fortuna de
que cayó accidentalmente (o no, según la versión de la leyenda que prefiramos)
por la misma escalera que acabábamos de pasar hacía escasos minutos. En ese
momento se hizo inevitable mirar hacia la escalera y que se nos presentara
mucho más siniestra.
Escaleras por las que cayó la joven de la leyenda |
La habitación me resulta especialmente triste y desapacible.
Tiene una cama doble, un pequeño baño y un ventanuco que permite contemplar la
extensión del municipio güimarero hasta el océano.
Los dueños del hotel aseguran que existen al menos tres
testimonios independientes de personas que se han quedado en esa habitación y
han visto el supuesto espíritu de esta mujer. “Un matrimonio belga la vio,
también unos catalanes”, aseguran. Por último, una joven inglesa que pasó una
noche en la estancia fue testigo de este fenómeno. Hace unos años se alojó en
el hotel un equipo de filmación británico, encabezado por un tal Ian, que se
encontraba en la isla realizando un documental. Una mañana, la chica,
integrante de este proyecto, bajó desencajada por las escaleras hasta el
recibidor. Sus compañeros, que se encontraban desayunando, le preguntaron qué
le pasaba. Ella respondió que había presenciado el espectro de una mujer. La
vivencia de la joven fue motivo de chistes durante el resto de aquella jornada
entre sus compañeros.
Francisco describe al espíritu como una joven de pelo largo
oscuro y con camisón blanco. En un momento dado, se decide a imitar la postura que
toma cuando es observada por los testigos. Se sienta en los pies de la cama con
aire melancólico y gira ligeramente su cabeza hacia la izquierda, como mirando
a través del ventanuco hacia el horizonte.
La chica fallecida presuntamente se aparece sentada a los pies de esta cama |
Cae la noche y abandonamos la habitación escaleras abajo,
mientras aún resuenan en nuestras cabezas los ecos de aquellos sucesos. Nuestros
pasos suenan firmes en la madera. En ese momento es el único sonido de la
noche. Ya en la planta baja, Francisco me habla de la existencia de una foto tomada
en una de las habitaciones en la que se puede observar algo de origen
desconocido al lado de una persona que visitaba el hotel. Obviamente, le
solicito ver esa imagen con la promesa de no hacer copia, solo verla. Me
responde que no, sin dar motivos. Le insisto una vez más. Negativo otra vez.
En el porche, Carmelina nos atiende con un delicioso
tentempié. Con una copa de vino apuramos las últimas historias sobre la casa.
Esta vez es la propia Carmelina quien habla de sus vivencias personales. Para
ella no hay duda del carácter sobrenatural de lo que quiera que sea que afecta
al inmueble.
Habla de objetos que se mueven solos: de cómo un salero cayó
al suelo delante de sus narices sin tocarlo. Lo mismo ha pasado en otras
ocasiones con vasos y platos. “Una vez una ventana se abrió sola, ¡después de
haberle puesto el pestillo!”, enfatiza la propietaria.
Está convencida de que estos fenómenos no son algo nuevo y
que pueden haber afectado a miembros de su familia durante generaciones. Nos
habla de su padre, un hombre curtido por una vida dura. “Él estuvo en la
guerra, había visto a gente morir a su lado. No le tenía miedo a nada”, relata
Carmelina. Sin embargo, cierto día, siendo ella una cría, se lo encontró en un estado
de shock tremendo. “Había visto algo raro en la casa pero no sabía, o no quiso,
decir el qué. Un hombre fuerte como mi padre se desmoronó ante algo que vio y
no sabía explicar”, asegura. La vivencia lo acompañó el resto de sus días y
siempre que salía a colación el tema lo evitaba. Finalmente murió y su hija
jamás pudo saber qué se encontró en La Raya.
Pasan las doce de la noche. Es hora de irnos. Nos despedimos
calurosamente de Francisco y Carmelina con la promesa de un próximo
reencuentro. Salimos del hotel. Curiosamente, ahora parece más lleno de vida.
Su fachada iluminada por los farolillos resulta más amable y casi nos invita a
quedarnos unos minutos más. Sin embargo, según nos alejamos, la casa se hace
pequeña. Y nos damos cuenta de que aquella casita iluminada realmente está
circundada por la impenetrable oscuridad de la medianoche.
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