Playa de La Tejita, escenario de contacto con presuntas naves extraterrestres |
En la década de los años 70, el asunto de los ovnis ocupaba
portadas de periódicos y era normal que abriera los informativos de la
televisión. Canarias, pese a las censuras y controles del régimen del momento,
acabó siendo permeable a este tipo de informaciones, gracias en gran medida a la
actividad de un grupo de entusiastas de lo extraterrestre afincado en Tenerife.
Empresarios, industriales, artistas, técnicos en telecomunicaciones, etc. Gente
inquieta que sabía que en otros países se estaba experimentando en el contacto
con otras realidades, y decidieron hacer lo propio. Fue el grupo que alumbró a
Paco Padrón, figura icónica de la divulgación de temas de misterios en
Canarias, fallecido en julio de 2005.
La curiosidad del grupo de Padrón les llevó a flirtear con
la tabla ouija. Una práctica que cada
vez se fue haciendo más común en las reuniones y a través de la cual
terminarían estableciendo contacto con entidades extraterrestres, según ellos
mismos afirmarían. “Al principio, el vaso se deslizaba con mucha lentitud. Le
costaba trabajo formar palabras. Después, paulatinamente, los mensajes se
hacían más fluidos. La velocidad del vaso llegó a extremos insospechados”,
comentaron al periodista J.J. Benítez en una serie de entrevistas que quedaron
reflejadas en un libro clásico de la ufología, “100.000 kilómetros tras los
ovnis”.
Las comunicaciones fueron mantenidas con habitantes tanto de
Urano como de Saturno, dos mundos que estaban en guerra y que se disputaban la
atención de los humanos de Tenerife, a tenor de la información que era
suministrada a través del tablero.
La actividad del grupo les llevó a una inevitable fase de
avistamientos “previa cita”. El nueve de mayo de 1975 fueron convocados en la
carretera de Los Campitos, a las nueve de la noche, donde se presentarían
“cinco naves”.
Llegaron a un mirador desde el cual la visión de Santa Cruz
era perfecta y esperaron. Tras un leve retraso, las entidades se excusaron vía
ouija, asegurando que llegarían en cuestión minutos, como parece ser que así
fue. Cinco luminarias de color naranja y blanco acabaron haciendo acto de
presencia en diversas partes del cielo. Varias de ellas, encima del puerto de
la ciudad, otras llegaban desde el sur. Era la señal que esperaban. Aquellas
luces eran “naves de 30 metros de diámetro con una tripulación de seis seres en
cada una”, según confirmarían las entidades.
La experiencia fue aplaudida por el grupo y supuso el
comienzo de una serie de contactos que cada vez serían más cercanos. Ese año de
1975, la cosa no se limitó a observaciones de luces.
Abducción en La
Tejita
En esta ocasión, serían tres los privilegiados que serían
citados para entrar en el interior de una de las naves de Urano. El 9 de junio
de 1975, un robot alienígena que se hacía llamar Opat-35, convocó urgentemente
a través de la ouija, a Paco Padrón, Emilio Bourgón y José Manuel Brito a las
once de la noche en la playa de la Tejita, en el sur de la isla. Al llegar,
vislumbraron encima del oscuro océano una serie de focos luminoso de color violeta
que interpretaron como la nave de sus interlocutores. Al pedir una señal de que
efectivamente estaban ahí, la respuesta fue un fogonazo después del cual los
recuerdos son vagos e imprecisos. Los tres recuerdan estar de regreso a Santa
Cruz aunque caen en la cuenta de que lo hacen a una hora que no concuerda.
Concluyen que hay un espacio de tiempo perdido en el que no saben dónde han
estado.
Paco Padrón fue el primer canario que relató una experiencia de abducción, además de figura clave en la divulgación del fenómeno ovni en Canarias |
A través de diversas sesiones, arrancó a Padrón y a
Bethencourt (Brito renunció a la hipnosis “por sentir miedo”) una vivencia
alucinante que, junto a otras que estaban supuestamente sucediéndose en el
resto del mundo, conformarían la experiencia tipo de lo que se terminaría por
conocer como una abducción.
En el caso de Padrón, después del flash en la playa, se ve en un pasillo lleno de lucecitas en el que
le espera un ser con una escafandra como la de los astronautas. Tras ser
sometido a una serie de pruebas a través de un casco con 23 cables que le fue
puesto, y de serle arrancado un mechón de pelo del pecho en un gesto
incomprensible, fue devuelto a la playa. El testimonio de Bourgón coincidía a
grandes rasgos con el de Padrón. El caso terminó por formar parte de la
literatura clásica de los ovnis y, aún hoy, sigue siendo defendida por los
allegados de los protagonistas como real.
Un extraterrestre en
el bar Coco Loco
Entretanto, en Las Palmas de Gran Canaria también se estaban
dando pasos significativos en el terreno del contacto con extraterrestres. Aquí,
el protagonista fue el investigador Ricardo Strozza que en 1975, paralelamente
a las actividades del grupo de Tenerife, estaba llevando a cabo una serie de
experiencias aún más alucinantes si cabe que las de sus vecinos.
Nave no tripulada del tamaño de una lata. El artefacto aterrizó en el tejado de una casa de Las Palmas, previo aviso a Ricardo Strozza |
En el caso de Strozza, las comunicaciones ya no requerían el
engorro del tablero ouija. Éstas podían producirse en cualquier momento y en
cualquier lugar, de la forma más directa.
Todo comenzó un día de verano de 1975, cuando encontró un
mensaje en una tarjeta plastificada adherida a una farola. Determinó que el
origen del contenido de la tarjeta era extraterrestre, o por lo menos
extrahumano. A partir de aquí, los interlocutores cósmicos ponen a prueba a
Strozza y a dos de sus colaboradores, hijos de un diplomático que vivía en la
isla, en una especie de juego del gato y el ratón. Los mensajes empiezan a
aparecer en los lugares más insospechados, por ejemplo, dentro de una caja de
cigarrillos precintada.
En otras ocasiones, las experiencias se vuelven más
rocambolescas. Cierto día, el contacto de Strozza les comunicó a través de la
ouija que tenían unas piñas coladas pagadas en el bar hawaiano Coco Loco. La
entidad extraterrestre parece que cumplió con lo dicho. Cuando los amigos
llegan al bar, efectivamente, las tres copas están servidas y pagadas por un
misterioso personaje que no se identificó.
Los contactos llegaron a ser tremendamente cercanos, al
punto de que un día un extraño emisario tocó a la puerta de uno de los
compañeros de Strozza. El mensajero, de aspecto nórdico, tenía una carta para
los amigos firmada por el contacto habitual de sus sesiones de ouija.
El colofón de todas estas experiencias fue el día que el
comunicante alienígena se presentó al grupo, a petición de ellos. La entidad
les pidió que en una habitación oscura hiciesen una serie de fotografías al
azar. Así lo hicieron. Después, encendieron la luz y, para su sorpresa, se
encontraron encima de una mesa las fotografías reveladas. En una de ellas podía
verse, en una esquina de la habitación, la presencia de un ser encapuchado del
que no podían adivinarse las facciones.
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