Hace poco más de una década, nadie en su sano juicio se
hubiese planteado ser víctima de un sistema de espionaje, y mucho menos de
consentirlo. Las recientes revelaciones de un programa secreto de vigilancia de
internet a escala mundial, y la pavorosa pasividad con la que ha reaccionado la
opinión pública, ha puesto de manifiesto que estamos dispuestos a claudicar
ante horrores como los del 11-S, aunque para ello tengamos que hacer
concesiones como devaluar nuestra intimidad.
Es lo que la periodista canadiense Naomi Klein denomina
"doctrina del shock". En su best seller con el mismo nombre refleja como una sociedad
anestesiada ante un desastre puede ser víctima fácil de políticas antisociales
que en muchas ocasiones implican el pisoteo de derechos básicos y
empobrecimiento económico. Estas medidas suponen generalmente la especulación
de los bienes públicos en favor de jugosos contratos con empresas privadas,
afines ideológicamente a la autoridad. Es lo que la autora llama "capitalismo
del desastre".
En realidad, esta dinámica se inauguró en tiempos muy
anteriores a los de los atentados de las torres gemelas de Nueva York.
Privación
sensorial
Según relata Klein, el uno de junio de 1951, se produjo
una reunión trascendental en el hotel Ritsz Carlton de Montreal. Oficiales de Inteligencia de Estados Unidos y
profesores universitarios hablaron sobre la posibilidad de iniciar experimentos
de aislamiento sensorial. Procedimientos que se aplicarían en los
interrogatorios a los prisioneros de guerra, terroristas, disidentes y, en
general, enemigos del Sistema.
El programa fue dirigido por el psiquiatra Ewen Cameron,
famoso por su implicación en el proyecto de control mental MK-Ultra. La premisa
era hallar sistemas para borrar la mente y poder reprogramarla desde cero. Los ensayos no distaban mucho de las
prácticas en un campo de concentración nazi, incluyendo electroshocks y
lobotomías.
Los procedimientos de Cameron fueron incluidos en el manual
de tortura Kubart, empleado por las fuerzas militares estadounidenses para
obtener información. El manual Kubart sigue vigente, ya que su aplicación ha
sido directa en escenarios como la cárcel de Guantánamo. Básicamente, incluye
herramientas para provocar una desviación de la personalidad. Uno de los
aspectos más potentes es el aislamiento sensorial, la ausencia total de
estímulos. Las investigaciones determinaron que existe un umbral en el que el
individuo sufre un shock psicológico, una parálisis. A partir de aquí, está más
que dispuesto a obedecer.
Posteriormente, un profesor de Economía de la Universidad
de Chicago, Milton Freedman, apostó por aplicar una terapia de shock económico
para establecer un capitalismo más puro y desregulado. Fue la primera piedra del
neoliberalismo que estaba por llegar. Se suele apuntar que los primeros
valedores de esta doctrina fueron los conservadores Margaret Thatcher y Ronald
Reagan, aunque realmente el primer laboratorio en el que se aplicaron las
políticas de "los chicos de Chicago" fue en Chile.
Naomi Klein, autora del libro La doctrina del shock |
"Electroshock"
neoliberal
Cuando Salvador Allende llegó al poder en 1970 prometió
un ambicioso plan de nacionalizaciones que comprometían los intereses de las
empresas estadounidenses. Así, mientras
se preparaba el golpe de estado que acabaría poniendo al poder a Pinochet, más
afín a Nixon, en Chicago ya se estaba elaborando un plan para la nueva economía
que estaba por llegar. Las impactantes imágenes del levantamiento militar
quedaron grabadas en la retina de los chilenos. El teatro desplegado para la
ocasión incluía bombardeos aéreos del palacio presidencial. Nadie dudó a partir
del 11 de septiembre de 1973 que habían llegado nuevos tiempos. El libre mercado
tenía las puertas abiertas hacia Latinoamérica.
La llegada de Margaret Thatcher al poder en el Reino
Unido, en los años 80, supuso una supuso una convulsión social. La "dama
de hierro" asentó su política sobre tres pilares: recortar gasto público,
bajada de impuestos y reducción drástica de empresas públicas. Las revueltas en
las calles no se hicieron esperar y la tensión social llegó a extremos
insostenibles. Sin embargo, un oportuno conflicto desvió la atención hacia
otras coordenadas. Un distante archipiélago cuya soberanía se disputaban Inglaterra
y Argentina desde mediados del siglo XIX estalló de forma nada casual, en el
momento que más lo necesitaba Thatcher. La guerra de las Malvinas duró menos de
tres meses, resolviéndose a favor del Reino Unido. El regreso de los buques de guerra
a los puertos ingleses se hizo entre grandes muestras de patriotismo, implicando a gran parte de la opinión pública.
Las imágenes de la ocupación del archipiélago recorrieron el mundo y fueron
presentadas como auténticas gestas
heroicas de las milicias británicas. Thatcher resultó reelegida en los
siguientes comicios electorales y siguió fiel a su programa de adelgazamiento
del sector público.
La Guerra de las Malvinas legitimó las medidas antisociales de Margaret Thatcher |
El 11-S, una nueva
visión del mundo
Sin embargo, el ejemplo en el que la doctrina del shock
ha funcionado a escala global fue en los atentados del 11 de Septiembre, en
Nueva York. Dio carta blanca a la coalición formada por Estados Unidos,
Inglaterra y España para invadir Irak en base a pruebas falsas relativas a la
existencia de supuestas armas de destrucción masiva. El despliegue militar fue
desmedido desde el primer día de la contienda, y fue tal la cantidad de misiles
lanzados sobre Bagdad que la población sufrió en pocos días una especie de
aislamiento sensorial, cediendo a los propósitos occidentales. La posterior
reconstrucción del país fue todo un festín económico para las empresas estadounidenses
que se asentaron en uno de los países más productores de petróleo del mundo.
Tan solo un mes y medio después del atentado, el 26 de
octubre de 2011, George Bush aprobó la Ley Patriota que confería amplios
poderes ejecutivos para atacar al nuevo enemigo de occidente: el terrorismo
yihadista. Estas medidas contemplaban procedimientos excepcionales, como el
espionaje de internet y en general las comunicaciones entre particulares, sin
necesidad de una orden judicial. Pese a todo, nadie rechistó. Ni siquiera se
abrió un debate público sobre la conveniencia de tales prácticas. La Ley
Patriota se aprobó con el cadáver aún caliente de las torres gemelas, en medio
de un shock emocional absoluto.
La Ley Patriota sigue vigente pese sus sucesivas
revisiones. El terrorismo islamista se ha convertido en un enemigo invisible,
ilocalizable y permanente, ante el que no hay que bajar la guardia.
El 11-S supuso una rotura total de esquemas, una nueva
visión del mundo. Todo aquello en lo que creíamos antes ya no era válido. Se
empezó a hablar de conceptos como "choque de civilizaciones" y
"eje del mal"; también de batallas imposibles de ganar.
Y fue entonces cuando empezamos a sentir miedo de verdad
y a claudicar. Quizás habíamos disfrutado de demasiada libertad y ahora
necesitábamos sentirnos seguro. Y lo justificamos todo.
El sociólogo Erich Fromm afirmó que la gente tiene miedo
a la libertad, quiere ser gobernada. Hay temor al vació. La clave puede estar
en las palabras de la propia Naomi Klein: "Un estado de shock es algo que
se produce cuando perdemos nuestra narrativa. Lo que nos mantiene orientados,
alerta y a salvo es nuestra historia".
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