El signo de los tiempo es que todo ocurre muy deprisa.
Tanto que cuando nos paramos a pensar, ya todo ha cambiado. Esto también
incluye a la propia realidad. Esa dimensión de la vida en la que nos movemos y
que siempre hemos pensado que era inalterable.
La cuestión es que toda nuestra experiencia vital ya está
en el espacio digital. La singularidad que han anunciado teóricos como Ray Kurzweil
es probable que ya haya tenido lugar. El futuro ya está aquí. La semilla se
plantó hace ya un par de décadas, claro, con el alumbramiento de internet. El
capitalismo se encargó de que todos nos conectáramos a la
"experiencia". Y así estamos, a día de hoy, en un momento de la
Historia en el que lo que no está dentro de las redes sociales simplemente no
existe. Y, de esta manera, fuimos carne de cañón para el Sistema. Las redes
sociales son una medida del mundo en el que vivimos y las creencias sobre lo
que nosotros pensamos que está sucediendo nunca han sido tan susceptibles de
manipulación.
Despertar político
global
En los últimos tiempos, los gobiernos, las
multinacionales y los medios de comunicación han comprobado lo sencillo que
resulta orientar a conveniencia la opinión pública. Un punto de inflexión
fueron las protestas ciudadanas contra Vladimir Putin en 2011, tras un supuesto
fraude electoral en Rusia. El mandatario
supo jugar sus cartas y contrató a un equipo de trolls que actuaban en las redes sociales, con perfiles falsos,
creando agitación y lavando su imagen. La técnica era muy sencilla. En los
comentarios de las noticias de la edición digital de los periódicos, varios de
estos sockpuppets aparentaban
entablar una discusión para al final destacar una opinión favorable a los
intereses de turno. El resultado fue tan efectivo que, desde entonces, ya se ha
convertido en una irrenunciable herramienta de propaganda del régimen ruso.
El investigador Miguel Ángel Ruiz en su artículo
"Trolls de estado" pone sobre la mesa la creciente preocupación del
Poder por la cada vez mayor toma de conciencia política de la sociedad. Zbigniew
Brzezinski, politólogo, y ex asesor del ex presidente americano Jimmy Carter,
lo denominó "despertar político global". Según cuenta Ruiz en su
artículo, Brzezinski alertó a las clases dirigentes, a comienzos del siglo XXI,
del advenimiento de una generación que entiende de política y opina libremente
sobre ello. Consideró que en el mundo podría haber unos cien millones de
jóvenes universitarios en todo el mundo, procedentes de clases sociales
humildes que ya podían acceder a radios, televisiones, periódicos y, por
supuesto, a internet para expresar su
descontento.
La estrategia para aplacar esa ola de indignación ya no
podía ser simplemente la represión. Así, durante la última década se han
diseñado herramientas que, de forma sutil, influyen en las masas a
conveniencia, orientando e, incluso, manipulando sus creencias.
A finales de 2017, supimos que en la ciudad rusa de San
Petersburgo, Putin había levantado una granja
de trolls; un edificio de varias plantas con personal a sueldo reinventando
la realidad en foros y redes sociales.
Aunque el caso ruso es el más célebre, ésta ya era una
aspiración de Estados Unidos, al menos desde 2011, momento en el que conocimos
las declaraciones del comandante Bill H. Speaks, del mando militar CENTCOM, en
las que aclaraba que el ejército tenía un contrato con Ntrepid, una empresa
privada registrada en Los Ángeles. Esta compañía había desarrollado un software
que facilitaba la guerra psicológica. Con ella, era posible que cada
funcionario pudiera gestionar al menos diez cuentas de usuarios falsos. Una
herramienta ideal para reventar foros de discusión.
50 céntimos de
yuan por cada post
Un régimen que aspira al control total de la población
como el chino no podía quedar al margen de estas prácticas. Los medios de
comunicación ya han empezado a hablar de "la banda de los 50 céntimos de
yuan" (unos siete céntimos de euro), precisamente el importe que cobran
los trolls que trabajan para el
régimen de este país por cada comentario positivo en redes sociales. La
existencia de esta organización fue conocida a raíz del caso de las denuncias
de un ciudadano que se había quejado en internet de una multa que se le había
impuesto en unas circunstancias que consideraba injustas. Inmediatamente, se
puso en marcha la maquinaria de desinformación china y, en unos 20 minutos, la
policía ya estaba recibiendo elogios y apoyos por parte de la comunidad de
usuarios.
Así de sencillo es alterar el mundo que nos ha tocado
vivir: a golpe de click de ratón. Ya se ha convertido en un negocio. Hay empresas
privadas que están viendo como se abre un campo inmenso ante sus ojos. El
sector privado de las mentiras a medida crecerá exponencialmente durante los
próximos años porque, a fin de cuentas, pagar por cambiar la verdad es una
maniobra muy tentadora a la que casi nadie parece resistirse.
El politólogo Noam Chomsky no lo podía expresar de mejor
manera al afirmar recientemente que "la gente ya no cree en los
hechos", ni siquiera en la Verdad. Ahora solo hay verdades, así en plural,
la tuya y la mía. Y cualquiera de ellas tiene la posibilidad de imperar si se
juegan bien las cartas, aunque sea a base de desinformar y de manipular las
creencias. Y esto ocurre, sencillamente, porque la gente así lo quiere. El mero
deseo de reafirmación y de tener razón es el combustible. Los poderes fácticos,
claro, aprovecharán esas debilidades humanas para ganar elecciones, vender
periódicos, aumentar visitas en la web, incluso para incrementar las ventas de
aspiradoras on line.
Estas sinergias confluirán para que el Sistema reinvente
la realidad y al final no importe si una fotografía que se hace viral en redes
sociales es un montaje, o si una información en realidad es una fake news. Simplemente correrán como la
pólvora por el ciberespacio y siempre encontrarán el nicho adecuado en alguna
comunidad: izquierdas, derechas, animalistas, veganos, fascistas, cristianos,
ateos, feministas, neoliberales, independentistas, creyentes, escépticos,
madres solteras, musulmanes, fanáticos del crossfit,
homosexuales, trabajadores autónomos, funcionarios públicos...
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