Nuestro cerebro podría considerarse el mayor logro de la naturaleza. El transcurso de millones de años nos ha proporcionado un órgano tremendamente efectivo para llevar a cabo miles de tareas, algunas tan elementales como no golpearnos contra la pared cuando salimos de casa o evitar ser atropellados por un coche cuando paseamos por la calle. Sin embargo, tal prodigio de la evolución biológica no ha logrado satisfacer algunas cuestiones de gran alcance para conocer qué papel ocupamos en el Universo. Las limitadas funciones del cerebro no están configuradas para contestar a preguntas como quiénes somos, cuál es nuestro destino o qué es la muerte. A todas estas cuestiones el cerebro responde con engaños y nos predispone a la fabricación de mitos. La propia idea de la muerte podría ser una mera elaboración mental; un concepto artificial, que más allá de nuestras percepciones cotidianas no tendría ningún fundamento.