Hace escasas semanas tuve la ocasión de intervenir en Luces en la oscuridad, espacio dirigido por el veterano Pedro Riba, en Punto Radio. El motivo no era otro que el de tratar el asunto de los chemtrails, un fenómeno aéreo presuntamente perjudicial para las personas, según algunos agoreros. Aproveché la oportunidad para desmitificar algunas de las ideas asociadas a un asunto que tiene una explicación perfectamente razonable y sencilla.
Los chemtrails (término sajón que se podría traducir como “trazas químicas”) vendrían a ser esas hileras de gases que emanan de los aviones que vuelan a grandes altitudes. Todos las hemos observado alguna vez y, ciertamente, suelen llamar la atención, sobre todo cuando éstas son de gran longitud y permanecen un largo tiempo en el espacio. No son otra cosa más que vapor del agua proveniente de la quema del combustible de los motores de las aeronaves. El gas sale muy caliente al exterior por lo que al encontrarse en condiciones climáticas muy frías, provoca un curioso efecto de condensación. Por lo tanto, hablamos de un fenómeno que se registra grandes altitudes, donde las temperaturas son muy bajas. Rara vez verán ustedes, en alguno de los numerosos blogs caza-chemtrails que habitan en la red, una fotografía de una “estela química” provocada por un avión que vuele a baja altura (por ejemplo, en maniobra de aproximación a un aeropuerto). Todos vuelan altísimo. Hablaríamos de unos 6.000 u 8.000 metros de altitud por lo menos.
El fenómeno, a nivel mediático, es relativamente moderno aunque el término “chemtrail” fue acuñado como tal por el periodista William Thomas, a finales de la década de los 90. Sin embargo, fue la eclosión de internet, a principios del presente siglo, la que propició que numerosos grupos de observadores o caza-chemtrails, se organizaran desde todas las partes del planeta, a través de sus páginas webs con numerosísimas fotografías. Pretenden de esta manera denunciar una conspiración de alcance global.
Los chemtrails (término sajón que se podría traducir como “trazas químicas”) vendrían a ser esas hileras de gases que emanan de los aviones que vuelan a grandes altitudes. Todos las hemos observado alguna vez y, ciertamente, suelen llamar la atención, sobre todo cuando éstas son de gran longitud y permanecen un largo tiempo en el espacio. No son otra cosa más que vapor del agua proveniente de la quema del combustible de los motores de las aeronaves. El gas sale muy caliente al exterior por lo que al encontrarse en condiciones climáticas muy frías, provoca un curioso efecto de condensación. Por lo tanto, hablamos de un fenómeno que se registra grandes altitudes, donde las temperaturas son muy bajas. Rara vez verán ustedes, en alguno de los numerosos blogs caza-chemtrails que habitan en la red, una fotografía de una “estela química” provocada por un avión que vuele a baja altura (por ejemplo, en maniobra de aproximación a un aeropuerto). Todos vuelan altísimo. Hablaríamos de unos 6.000 u 8.000 metros de altitud por lo menos.
El fenómeno, a nivel mediático, es relativamente moderno aunque el término “chemtrail” fue acuñado como tal por el periodista William Thomas, a finales de la década de los 90. Sin embargo, fue la eclosión de internet, a principios del presente siglo, la que propició que numerosos grupos de observadores o caza-chemtrails, se organizaran desde todas las partes del planeta, a través de sus páginas webs con numerosísimas fotografías. Pretenden de esta manera denunciar una conspiración de alcance global.
La madre de todas las conspiraciones
Con el paso del tiempo, se han ido formulando en torno a estas trazas gaseosas todo tipo de disparatadas conjeturas relativas a su origen. Los autores de estas ideas, muy dados generalmente a la teoría de la conspiración, consideran que los chemtrails realmente son gases nocivos que son esparcidos sobre las ciudades. En algunas ocasiones se puede tratar de extraños virus; en otros, de alguna sustancia de origen indeterminado para controlar a la población. El objetivo de esta fumigación sería el tratar a los ciudadanos como cobayas para medir la resistencia a determinadas enfermedades o registrar los efectos que provocan en ellos la inhalación de no se sabe qué tipo de materiales.
Y aquí llegamos a uno de los principales problemas de las teorías conspiranoicas de los pro-chemtrails. Esto es la falta de concreción. Para poder elaborar una teoría minimamente coherente hace falta determinar sin fisuras algunos datos esenciales. Por ejemplo: ¿Con qué clase de sustancia es rociada la población de todas las partes del mundo en las que se produce este fenómeno a diario? ¿Se trataría de un virus? ¿Qué clase de virus? ¿Alguien ha obtenido alguna muestra de ello? La respuesta es NO ¿Se han denunciado enfermedades o epidemias como consecuencia de las estelas químicas? La respuesta también es NO.
Si tal experimento hubiera tenido lugar las denuncias se habrían contado por miles.
En un estudio desarrollado por la Organización Mundial de la Salud, en 1970, se determinó que si se rociara una populosa ciudad, de unos 5 millones de habitantes, con unos 50 kilogramos de ántrax, las víctimas serían del orden de unas 250.000 con probabilidad de unos 100.000 muertos. Esto suponiendo que la dispersión aérea se hiciera bajo unas condiciones muy concretas y con circunstancias atmosféricas muy favorables; no como proponen los pro-chemtrails, incriminando a aviones comerciales que vuelan a 6.000 metros de altura. Salvando las distancias, pienso que aunque el agente utilizado no fuera tan agresivo como el ántrax, los servicios sanitarios acusarían numerosas urgencias en un tiempo de 24 o 48 horas como mucho.
La dispersión aérea de un agente patógeno (o químico) presenta otro problema técnico que se refiere a la operación de fumigación en sí misma. Los testimonios (y las fotografías) relativos a los chemtrails se refieren a aviones que vuelan muy alto. Ya apuntamos que no menos de 6.000 metros. Entonces, ¿a quién pretenden fumigar? A esos niveles se dan fuertes vientos. Es casi seguro que el agente arrojado acabe llegando a cualquier otro lugar a cientos de kilómetros de distancia. De hecho, el conspirador debería curarse en salud si no quisiera verse afectado por su propia arma bioquímica.
En numerosas ocasiones hemos visto como las avionetas que fumigan los campos de cultivo llevan a cabo peligrosos vuelos rasantes para que el agente caiga donde debe. También lo hemos contemplado en los incendios forestales, donde los pilotos de los aviones que dejan caer el agua realmente se juegan el tipo sobrevolando las copas de los árboles.
En cualquier caso, las grandes altitudes a las que vuelan los “enigmáticos” aviones que emiten los “perniciosos” chemtrails proporcionan la coartada perfecta para seguir perpetuando el mito, al no permitir que se puedan identificar a simple vista las aeronaves que los conspiracionsitas describen como negras o sin distintivos, cuando realmente son aviones comerciales.
Algunos autores críticos con este asunto, como Heriberto Janosch, han propuesto a los cazadores de chemtrails que se hagan con algún teleobjetivo para poder fotografiar a estos aviones “fantasma”.
Chemtrails en la Primera Guerra Mundial
Otro de los argumentos de los defensores de los chemtrails es que se trata de un fenómeno moderno. Y esto, como podrá suponer el lector, es falso.
Si bien es cierto que la paranoia por parte de algunos grupos se ha desatado recientemente, como hemos apuntado debido al auge de internet y de las máquinas fotográficas, los primeros testimonios datan de hace unas cuantas décadas…al menos 90 años.
Así, en 1918, en los años de la incipiente carrera aeronáutica, se registró el primer testimonio relativo a un chemtrail. El Capitán Ward S. Wells, de la Army Medical Corps, describe algo que “nunca había observado anteriormente”. Se trataba de unas “largas nubes de apariencia extraña y sorprendente” que un pequeño avión iba dejando tras de sí.
En 1921, el teniente J.A. Macready aprecia a media mañana el vuelo de una aeronave, a 26.000 pies de altura. Tras de sí dejaba una larga estela, de unas 2 millas de longitud. Ésta era de una anchura de unas 15 veces la del avión. Se mantuvo visible unos 20 minutos.
En la Segunda Guerra Mundial ya eran bien conocidas las emanaciones de los aviones. Estas hileras solían constituir un problema para las aeronaves que surcaban cielo enemigo ya que delataban su posición. La fotografía que encabeza este artículo lo pone de manifiesto.
En junio de 1921, el Monthly Weather Review publicó el relato del capitán W.H. Nead, que aludía a unas nubes llamativamente iridiscentes. El avistamiento había tenido lugar el 10 de octubre de 1918, en un cielo limpio que era surcado por tres aviones. Ya entonces, el testigo se atrevió a aventurar una sencilla explicación al referirse al humo dejado por los aparatos como “producto de la pobre combustión” de sus motores.
Y es que los aviones echan humo…como los coches que vemos a diario por las calles. ¡Hasta los seres vivos lo hacen!
El meteorólogo austriaco Von Hann relató como, en un día gélido en Groenlandia, un caballo al galope, dejaba tras de sí una inmensa columna de humo de unos 50 metros de altura. Se trataba del aliento del animal.
Si los chemtrails tienen una explicación tan razonable, ¿por qué han tenido tanto éxito los grupos que se dedican a elaborar teorías demenciales sobre su origen? Probablemente se trate del poder que proporcionan las imágenes. En internet existen miles de fotografías de chemtrails. Es un fenómeno observable por cualquiera, en cualquier momento. Una idea, por muy disparatada que sea, si está reforzada por una imagen, se reafirma. En el mundo del misterio, esto suele ocurrir en otros ámbitos como el de los ovnis o los fantasmas.
¿Dispersión de virus? ¿Maniobras de control de la población? ¿Manipulación del clima? La verdadera conspiración está en el interés que tiene el que elabora estas locas teorías. Alguien parece estar empeñado en meternos el miedo en el cuerpo. Será por que el miedo nos hace manipulables.
Con el paso del tiempo, se han ido formulando en torno a estas trazas gaseosas todo tipo de disparatadas conjeturas relativas a su origen. Los autores de estas ideas, muy dados generalmente a la teoría de la conspiración, consideran que los chemtrails realmente son gases nocivos que son esparcidos sobre las ciudades. En algunas ocasiones se puede tratar de extraños virus; en otros, de alguna sustancia de origen indeterminado para controlar a la población. El objetivo de esta fumigación sería el tratar a los ciudadanos como cobayas para medir la resistencia a determinadas enfermedades o registrar los efectos que provocan en ellos la inhalación de no se sabe qué tipo de materiales.
Y aquí llegamos a uno de los principales problemas de las teorías conspiranoicas de los pro-chemtrails. Esto es la falta de concreción. Para poder elaborar una teoría minimamente coherente hace falta determinar sin fisuras algunos datos esenciales. Por ejemplo: ¿Con qué clase de sustancia es rociada la población de todas las partes del mundo en las que se produce este fenómeno a diario? ¿Se trataría de un virus? ¿Qué clase de virus? ¿Alguien ha obtenido alguna muestra de ello? La respuesta es NO ¿Se han denunciado enfermedades o epidemias como consecuencia de las estelas químicas? La respuesta también es NO.
Si tal experimento hubiera tenido lugar las denuncias se habrían contado por miles.
En un estudio desarrollado por la Organización Mundial de la Salud, en 1970, se determinó que si se rociara una populosa ciudad, de unos 5 millones de habitantes, con unos 50 kilogramos de ántrax, las víctimas serían del orden de unas 250.000 con probabilidad de unos 100.000 muertos. Esto suponiendo que la dispersión aérea se hiciera bajo unas condiciones muy concretas y con circunstancias atmosféricas muy favorables; no como proponen los pro-chemtrails, incriminando a aviones comerciales que vuelan a 6.000 metros de altura. Salvando las distancias, pienso que aunque el agente utilizado no fuera tan agresivo como el ántrax, los servicios sanitarios acusarían numerosas urgencias en un tiempo de 24 o 48 horas como mucho.
La dispersión aérea de un agente patógeno (o químico) presenta otro problema técnico que se refiere a la operación de fumigación en sí misma. Los testimonios (y las fotografías) relativos a los chemtrails se refieren a aviones que vuelan muy alto. Ya apuntamos que no menos de 6.000 metros. Entonces, ¿a quién pretenden fumigar? A esos niveles se dan fuertes vientos. Es casi seguro que el agente arrojado acabe llegando a cualquier otro lugar a cientos de kilómetros de distancia. De hecho, el conspirador debería curarse en salud si no quisiera verse afectado por su propia arma bioquímica.
En numerosas ocasiones hemos visto como las avionetas que fumigan los campos de cultivo llevan a cabo peligrosos vuelos rasantes para que el agente caiga donde debe. También lo hemos contemplado en los incendios forestales, donde los pilotos de los aviones que dejan caer el agua realmente se juegan el tipo sobrevolando las copas de los árboles.
En cualquier caso, las grandes altitudes a las que vuelan los “enigmáticos” aviones que emiten los “perniciosos” chemtrails proporcionan la coartada perfecta para seguir perpetuando el mito, al no permitir que se puedan identificar a simple vista las aeronaves que los conspiracionsitas describen como negras o sin distintivos, cuando realmente son aviones comerciales.
Algunos autores críticos con este asunto, como Heriberto Janosch, han propuesto a los cazadores de chemtrails que se hagan con algún teleobjetivo para poder fotografiar a estos aviones “fantasma”.
Chemtrails en la Primera Guerra Mundial
Otro de los argumentos de los defensores de los chemtrails es que se trata de un fenómeno moderno. Y esto, como podrá suponer el lector, es falso.
Si bien es cierto que la paranoia por parte de algunos grupos se ha desatado recientemente, como hemos apuntado debido al auge de internet y de las máquinas fotográficas, los primeros testimonios datan de hace unas cuantas décadas…al menos 90 años.
Así, en 1918, en los años de la incipiente carrera aeronáutica, se registró el primer testimonio relativo a un chemtrail. El Capitán Ward S. Wells, de la Army Medical Corps, describe algo que “nunca había observado anteriormente”. Se trataba de unas “largas nubes de apariencia extraña y sorprendente” que un pequeño avión iba dejando tras de sí.
En 1921, el teniente J.A. Macready aprecia a media mañana el vuelo de una aeronave, a 26.000 pies de altura. Tras de sí dejaba una larga estela, de unas 2 millas de longitud. Ésta era de una anchura de unas 15 veces la del avión. Se mantuvo visible unos 20 minutos.
En la Segunda Guerra Mundial ya eran bien conocidas las emanaciones de los aviones. Estas hileras solían constituir un problema para las aeronaves que surcaban cielo enemigo ya que delataban su posición. La fotografía que encabeza este artículo lo pone de manifiesto.
En junio de 1921, el Monthly Weather Review publicó el relato del capitán W.H. Nead, que aludía a unas nubes llamativamente iridiscentes. El avistamiento había tenido lugar el 10 de octubre de 1918, en un cielo limpio que era surcado por tres aviones. Ya entonces, el testigo se atrevió a aventurar una sencilla explicación al referirse al humo dejado por los aparatos como “producto de la pobre combustión” de sus motores.
Y es que los aviones echan humo…como los coches que vemos a diario por las calles. ¡Hasta los seres vivos lo hacen!
El meteorólogo austriaco Von Hann relató como, en un día gélido en Groenlandia, un caballo al galope, dejaba tras de sí una inmensa columna de humo de unos 50 metros de altura. Se trataba del aliento del animal.
Si los chemtrails tienen una explicación tan razonable, ¿por qué han tenido tanto éxito los grupos que se dedican a elaborar teorías demenciales sobre su origen? Probablemente se trate del poder que proporcionan las imágenes. En internet existen miles de fotografías de chemtrails. Es un fenómeno observable por cualquiera, en cualquier momento. Una idea, por muy disparatada que sea, si está reforzada por una imagen, se reafirma. En el mundo del misterio, esto suele ocurrir en otros ámbitos como el de los ovnis o los fantasmas.
¿Dispersión de virus? ¿Maniobras de control de la población? ¿Manipulación del clima? La verdadera conspiración está en el interés que tiene el que elabora estas locas teorías. Alguien parece estar empeñado en meternos el miedo en el cuerpo. Será por que el miedo nos hace manipulables.
Comentarios
Más de treinte artículos críticos sobre el tema chemtrail en este índice.
Primer artículo de 2006 sobre chemtrails: ¿Flotillas de ovnis sobre Madrid?