Seguramente, a Alejandro Agostinelli no le guste esta etiqueta de "investigador de ovnis", pero realmente lo es. Ha perseguido el fenómeno durante décadas, ha entrevistado a testigos y ha resuelto algunos misterios interplanetarios. Para ello le ha bastado su profesión de periodista, la que le he ha provisto de herramientas excepcionales para acercarse al aspecto más humano de un enigma cósmico.
Hace unas semanas, le pedí que me contara algún caso inexplicado, y lejos de cumplir con lo que le pedí -afortunadamente- me regaló esta carta. En ella refleja un particular estado de ánimo respecto a esto que llamamos "ufología" que seguramente compartirá más de un investigador/ufólogo. No es exactamente desencanto, no. Quizás es que esto de la ufología tiene, en muchas ocasiones, mucho más que ver con esto de aquí abajo que con lo de allá arriba. Al final, tenemos una serie de historias exquisitas, apasionantes, protagonizadas por personas con nombres y apellidos. Historias como la que cierra este texto de Agostinelli. Una historia de extraterrestres, pero sin extraterrestres:
Querido Alfonso,
Te ruego que leas estas líneas como si estuvieras hablando con una madre que sujeta el móvil entre el hombro y la oreja mientras le cambia los pañales al crío, porque en estos momentos estoy a pocos días de presentar “A 70 años de los platos voladores: Ciencia, mito y ficción”, la primera jornada dedicada al estudio del tema que he organizado en mi vida y que, por cierto, es bastante diferente a los eventos ufológicos a los que estamos acostumbrados.
Pero también pasa lo siguiente: hace años que no pierdo el sueño buscando explicaciones a los casos sin resolver.
He llegado a la conclusión (en mi caso, a la bendita conclusión) que soy malo identificando ovnis. Lo mío es contar historias, recopilar relatos, reconstruir experiencias o historias de vida en base a las diversas versiones que dan sus protagonistas.
Sin haber perdido la capacidad de asombro para alucinar con los seres humanos que voy conociendo, han menguado mis esperanzas de descubrir testimonios, registros o huellas que, por su credibilidad, me pongan los pelos de punta.No me enorgullezco de eso ni descarto las sorpresas, pero hace tiempo, como te digo, que me he rendido ante la evidencia. Es la conclusión a la que he llegado después de haber puesto el cuerpo a los distintos tipos que he sido o he querido ser: ufólogo, escéptico, periodista. Válgame el cielo, soy periodista y no astrónomo, psicólogo, meteorólogo, experto en sistemas satelitales o botánico experto en plagas. Tampoco tengo la vanidad de creer que sé un poco de cada cosa. Sé que nunca es suficiente lo que necesitas saber para lidiar con algún caso que se resiste a la explicación.
Quizá debe ser por eso que en los últimos tiempos tiendo a ser furiosamente emic, pero en realidad hace muchos años que la interpretación de cada caso es, para mí, la que me dan los testigos, y la explicación, si la hubiese, es la que, eventualmente, ofrecerá un experto competente, entendiendo por éste no un improvisado o un escriba que se gana el pan contando relatos asombrosos sino personas, o grupos,que poseen una formación científica aceptable y están preparadas para buscar explicaciones basadas en las evidencias disponibles.
Reconozco, por lo tanto, que mi capacidad para decidir cuál es “el mejor caso sin resolver” es exigua. Esto no le resta méritos a quienes hacen lo posible por investigar a fondo cada caso para encontrar una explicación en arreglo a tales o cuales indicios.En lo más mínimo. Digo que, a estas alturas, ya es bastante faena hacer reconstrucciones fidedignas de cada historia que recabamos para no engañar a quienes han puesto su dinero para recibir información de buena calidad y para beneficio de los historiadores del futuro; entonces, nadie me puede pedir que haga el trabajo para el que han estudiado los especialistas.Pienso que creer lo contrario estaba bien cuando éramos adolescentes y soñábamos con que, metidos a ufólogos, íbamos a ganar el premio Nobel o conquistar chicas. Nada eso le ha ocurrido a ninguno de los que abandonamos aquella Nave de los Locos, digo de paso, para honrar a la revista de Diego Zúñiga y Sergio Sánchez.
En la misma línea, mis “misterios” personales son módicos. Bah, para mí son grandiosos. Pero como dudo que alguien más comparta mi idea, no voy a exagerar y solo te voy a contar lo que me sucedió con uno de ellos, el caso Peccinetti-Villegas, ocurrido en Mendoza,a fines de agosto de 1968.
Aquel encuentro nocturno entre dos empleados del Casino y cinco ocupantes de un platillo, que al descender procedieron a paralizarlos, esculpir unos extraños símbolos sobre la puerta del coche y mostrarles en una pantalla una escena del fin del mundo, sigue siendo un misterio alucinante.
Como cuento en mi libro “Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina” (Random House, 2009), el relato de ambos era contradictorio, el juez que participó de oficio caratuló a la causa “Fiscal contra N.N. por lesiones leves”, ya que no solo le habían arruinado la puerta al coche a uno de los testigos si no que les habían pinchado los dedos. Este juez, Marziari Céspedes,halló elementos como paracolegir que se había tratado de un fraude, como un termómetro roto, un pirograbador y unos libros espiritistas con inscripciones similares a las ganimedeanas en la casa de Peccinetti, siendo por ese motivo su principal sospechoso.
Cuando los volví a entrevistar, en 2008, el relato de ambos se llenó de intrigas absurdas. Por ejemplo: en todo momento trataron de alejarme de una idea que, al tratar con ellos un tiempo, se volvió obvia. Juan Carlos Peccinetti y Fernando Villegas, que dijeron haberse conocido prácticamente el día del “encuentro cercano”, en realidad eran viejos amigos, lo eran y lo seguían siendo, al punto que, cuando los fui a visitar, a cada uno por separado, supe por Peccinetti que Villegas lo estaba ayudando a conseguir los papeles para jubilarse como ex empleado del Casino.
Más que la historia del ovni, te aclaro, lo apasionante era la biografía de estos dos tipos increíbles. Cuando el libro ya había sido publicado, y les había enviado un ejemplar a cada uno, la respuesta fue muy buena, el libro les había gustado.
Meses después regresé a Mendoza a presentar el libro y para volver “a la carga” con ellos. Nunca debemos abandonar buena historia, es mi lema, más cuando los protagonistas son personas tan interesantes.
El único de los dos que me recibió aquella vez fue Villegas. Me alegró porque quería sacarme la siguiente duda: una vez, en una conversación telefónica,a Peccinetti se le escapó que Villegas había sido “el cerebro del asunto”. Comentárselo fue inútil.
Villegas siguió empecinado en no abordar el asunto. Su camarada Peccinetti, por su parte, volvió huir, como ya lo había hecho antes y, en realidad, siempre. Sin embargo, tuvo un gesto generoso y muy revelador cuando, en un mensaje de texto, me escribió: “Nunca te olvides que somos profesionales del juego”. Ahí supe que nunca iba a contarme la verdad, o que cualquier cosa que me dijera podía ser parte de un juego.¿Qué sentido tuvo armar ese tinglado? ¿Hubo alguien más detrás de ese circo con mensaje pacifista? ¿O fue una broma sin moraleja, que solo quiso convencer o sorprender vaya uno a saber a quién y con qué propósito?Ellos, amigos de toda la vida, no iban a blanquear los motivos por los cuales participaron en aquel embrollo ante un periodista, ni siquiera décadas después. Acepté mi destino. Siempre podemos indagar, pero hasta cierto punto. No estaba mal, después de todo, que el final quedara abierto. No siempre se gana.Nunca dejaré de pretender averiguar por qué armaron aquella historia. Villegas falleció hace unos años, llevándose su parte del enigma a la tumba, y Peccinetti volvió a las sombras. Por eso el caso Peccinetti-Villegas es uno de mis preferidos. Estas historias no tienen por qué tener extraterrestres para estar entre tus favoritas.
Hace unas semanas, le pedí que me contara algún caso inexplicado, y lejos de cumplir con lo que le pedí -afortunadamente- me regaló esta carta. En ella refleja un particular estado de ánimo respecto a esto que llamamos "ufología" que seguramente compartirá más de un investigador/ufólogo. No es exactamente desencanto, no. Quizás es que esto de la ufología tiene, en muchas ocasiones, mucho más que ver con esto de aquí abajo que con lo de allá arriba. Al final, tenemos una serie de historias exquisitas, apasionantes, protagonizadas por personas con nombres y apellidos. Historias como la que cierra este texto de Agostinelli. Una historia de extraterrestres, pero sin extraterrestres:
Querido Alfonso,
Te ruego que leas estas líneas como si estuvieras hablando con una madre que sujeta el móvil entre el hombro y la oreja mientras le cambia los pañales al crío, porque en estos momentos estoy a pocos días de presentar “A 70 años de los platos voladores: Ciencia, mito y ficción”, la primera jornada dedicada al estudio del tema que he organizado en mi vida y que, por cierto, es bastante diferente a los eventos ufológicos a los que estamos acostumbrados.
Pero también pasa lo siguiente: hace años que no pierdo el sueño buscando explicaciones a los casos sin resolver.
Alejandro Agostinelli, periodista argentino, autor del libro "Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina" |
Sin haber perdido la capacidad de asombro para alucinar con los seres humanos que voy conociendo, han menguado mis esperanzas de descubrir testimonios, registros o huellas que, por su credibilidad, me pongan los pelos de punta.No me enorgullezco de eso ni descarto las sorpresas, pero hace tiempo, como te digo, que me he rendido ante la evidencia. Es la conclusión a la que he llegado después de haber puesto el cuerpo a los distintos tipos que he sido o he querido ser: ufólogo, escéptico, periodista. Válgame el cielo, soy periodista y no astrónomo, psicólogo, meteorólogo, experto en sistemas satelitales o botánico experto en plagas. Tampoco tengo la vanidad de creer que sé un poco de cada cosa. Sé que nunca es suficiente lo que necesitas saber para lidiar con algún caso que se resiste a la explicación.
Quizá debe ser por eso que en los últimos tiempos tiendo a ser furiosamente emic, pero en realidad hace muchos años que la interpretación de cada caso es, para mí, la que me dan los testigos, y la explicación, si la hubiese, es la que, eventualmente, ofrecerá un experto competente, entendiendo por éste no un improvisado o un escriba que se gana el pan contando relatos asombrosos sino personas, o grupos,que poseen una formación científica aceptable y están preparadas para buscar explicaciones basadas en las evidencias disponibles.
Reconozco, por lo tanto, que mi capacidad para decidir cuál es “el mejor caso sin resolver” es exigua. Esto no le resta méritos a quienes hacen lo posible por investigar a fondo cada caso para encontrar una explicación en arreglo a tales o cuales indicios.En lo más mínimo. Digo que, a estas alturas, ya es bastante faena hacer reconstrucciones fidedignas de cada historia que recabamos para no engañar a quienes han puesto su dinero para recibir información de buena calidad y para beneficio de los historiadores del futuro; entonces, nadie me puede pedir que haga el trabajo para el que han estudiado los especialistas.Pienso que creer lo contrario estaba bien cuando éramos adolescentes y soñábamos con que, metidos a ufólogos, íbamos a ganar el premio Nobel o conquistar chicas. Nada eso le ha ocurrido a ninguno de los que abandonamos aquella Nave de los Locos, digo de paso, para honrar a la revista de Diego Zúñiga y Sergio Sánchez.
En la misma línea, mis “misterios” personales son módicos. Bah, para mí son grandiosos. Pero como dudo que alguien más comparta mi idea, no voy a exagerar y solo te voy a contar lo que me sucedió con uno de ellos, el caso Peccinetti-Villegas, ocurrido en Mendoza,a fines de agosto de 1968.
Aquel encuentro nocturno entre dos empleados del Casino y cinco ocupantes de un platillo, que al descender procedieron a paralizarlos, esculpir unos extraños símbolos sobre la puerta del coche y mostrarles en una pantalla una escena del fin del mundo, sigue siendo un misterio alucinante.
Como cuento en mi libro “Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina” (Random House, 2009), el relato de ambos era contradictorio, el juez que participó de oficio caratuló a la causa “Fiscal contra N.N. por lesiones leves”, ya que no solo le habían arruinado la puerta al coche a uno de los testigos si no que les habían pinchado los dedos. Este juez, Marziari Céspedes,halló elementos como paracolegir que se había tratado de un fraude, como un termómetro roto, un pirograbador y unos libros espiritistas con inscripciones similares a las ganimedeanas en la casa de Peccinetti, siendo por ese motivo su principal sospechoso.
Cuando los volví a entrevistar, en 2008, el relato de ambos se llenó de intrigas absurdas. Por ejemplo: en todo momento trataron de alejarme de una idea que, al tratar con ellos un tiempo, se volvió obvia. Juan Carlos Peccinetti y Fernando Villegas, que dijeron haberse conocido prácticamente el día del “encuentro cercano”, en realidad eran viejos amigos, lo eran y lo seguían siendo, al punto que, cuando los fui a visitar, a cada uno por separado, supe por Peccinetti que Villegas lo estaba ayudando a conseguir los papeles para jubilarse como ex empleado del Casino.
Más que la historia del ovni, te aclaro, lo apasionante era la biografía de estos dos tipos increíbles. Cuando el libro ya había sido publicado, y les había enviado un ejemplar a cada uno, la respuesta fue muy buena, el libro les había gustado.
Meses después regresé a Mendoza a presentar el libro y para volver “a la carga” con ellos. Nunca debemos abandonar buena historia, es mi lema, más cuando los protagonistas son personas tan interesantes.
El único de los dos que me recibió aquella vez fue Villegas. Me alegró porque quería sacarme la siguiente duda: una vez, en una conversación telefónica,a Peccinetti se le escapó que Villegas había sido “el cerebro del asunto”. Comentárselo fue inútil.
Villegas siguió empecinado en no abordar el asunto. Su camarada Peccinetti, por su parte, volvió huir, como ya lo había hecho antes y, en realidad, siempre. Sin embargo, tuvo un gesto generoso y muy revelador cuando, en un mensaje de texto, me escribió: “Nunca te olvides que somos profesionales del juego”. Ahí supe que nunca iba a contarme la verdad, o que cualquier cosa que me dijera podía ser parte de un juego.¿Qué sentido tuvo armar ese tinglado? ¿Hubo alguien más detrás de ese circo con mensaje pacifista? ¿O fue una broma sin moraleja, que solo quiso convencer o sorprender vaya uno a saber a quién y con qué propósito?Ellos, amigos de toda la vida, no iban a blanquear los motivos por los cuales participaron en aquel embrollo ante un periodista, ni siquiera décadas después. Acepté mi destino. Siempre podemos indagar, pero hasta cierto punto. No estaba mal, después de todo, que el final quedara abierto. No siempre se gana.Nunca dejaré de pretender averiguar por qué armaron aquella historia. Villegas falleció hace unos años, llevándose su parte del enigma a la tumba, y Peccinetti volvió a las sombras. Por eso el caso Peccinetti-Villegas es uno de mis preferidos. Estas historias no tienen por qué tener extraterrestres para estar entre tus favoritas.
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