Pocos episodios de la historia negra de Canarias pueden alcanzar cotas de fanatismo como el ocurrido en Telde, el 28 de abril de 1930. Aquel día, se dieron la mano el dolor por la muerte del hijo mayor de una familia, las creencias populares y el fervor religioso. El resultado fue el infame asesinato de Aurelia Valido, una joven de 21 años, a manos de sus propios padres y hermanas. Los motivos que llevaron a Aurelia a estar en el epicentro de la locura, aún a día de hoy, siguen escapando a todo intento de raciocinio.
Fernando Valido era un muchacho interesado en las corrientes espiritistas del momento. Solía frecuentar sesiones de mediumnidad, una moda que arrasaba en Europa y que acabó desembarcando en las islas. Su afición le llevó a algunos de los cuatro centros teosóficos que había en Las Palmas, y todas las semanas visitaba a Juanito “el espiritista” para que le enseñara los entresijos de aquella novedosa doctrina a la que se había adscrito buena parte de la burguesía de la época. De Fernando se decía que era tal su vocación que caía en trance con facilidad en las iglesias, y que, de hecho, fue el fundador en Telde de la Adoración Nocturna, una asociación de católicos que, como su nombre indica, se dedicaban a rezar a Jesús en horas de la noche.
Los sótanos del cielo
Cierto día, Fernando cayó enfermo. El desenlace de su enfermedad fue tan misterioso como su aparición. La salud del joven fue decayendo por momentos al no tomar medicamentos, quizás porque dentro de sus convicciones religiosas esto era algo que no era necesario, aunque quizás eso nunca lo sepamos. El caso es que falleció rápidamente y la conmoción en la familia fue terrible.
Candelaria Valido, una de sus hermanas, había sido erigida en la médium de la familia. Ya desde temprana edad manifestaba extraños comportamientos que a sus padres les hacía pensar que estaba en contacto con otras realidades. Así, se convirtió en la canalizadora del espíritu de Fernando. A veces, entraba en trance y la voz le cambiaba, como si fuese el propio Fernando el que estuviese hablando en ese momento. Esto debió de reconfortar a sus padres y hermanas, hasta que cierto día el primogénito manifestó que se encontraba solo, se hallaba en “los sótanos del cielo”. Fernando pedía compañía. Ese día, todo empezó cambiar para peor.
De alguna manera, se decidió que una de las hermanas debía de acompañar al pobre Fernando.
La elegida fue Carmen. Pero fue tanta la resistencia que opuso cuando iba a ser ajusticiada que se desistió, y la opción fue otra. Aurelia no se inmutó ante la decisión de su familia, y se dejó llevar hacia un ritual de torturas insoportables que terminarían con su vida.
“¡Pegadle en el hocico! ¡Que aún no está muerta!”
Aún no queda muy claro el papel de cada uno de los participantes en el asesinato de Aurelia, pero por las actuaciones llevadas a cabo por el Juez de Telde, Julián Santos Cantero, podemos saber que fueron procesados: Francisco Valido y su esposa Aurelia Calixto, los padres, Juana, María del Pino y Candelaria, tres de las hermanas, José Macías, Gregoria y Concepción Sánchez, y la madre de éstas, Isidora Alemán. Éstas últimas eran vecinas de los Valido, lo que presenta un dilema sobre el grado de responsabilidad de cada uno en la muerte; y a su vez, pone sobre la mesa la cuestión de en qué medida podían ser conocido por la sociedad teldense lo que entre aquellas paredes estaba aconteciendo a finales de abril, ya que se comentaba (y se normalizaba) a pie de calle.
La sucesión de hechos más precisas sobre lo que a continuación aconteció fue recogida por el periódico El Progreso en su edición del 2 de mayo de 1930. Se trata del relato de un niña, Antonia Santana Pérez, de tan solo 7 años, y que se encontraba al servicio de la familia ese día. La pequeña pudo ver como José Macías le dio con un palo en las piernas a Aurelia. Tal fue el golpe que la joven cayó a plomo en el suelo. A continuación, la madre la llevó a rastras por los pelos, hacia dentro de la habitación, lugar en el que se consumaría el crimen. La chica no lloraba pero no dejaba de gritar. En ese momento, una de las hermanas, María del Pino, le golpeó con una botella en la cabeza.
Entretanto, Candelaria, acostada en su cama, gritaba: “¡Pegadle en el hocico! ¡Que aún no está muerta!”. Concepción, aterrada, se escondió en el baño porque no soportaba la escena, mientras Gregoria gritaba: “¡Que salga! ¡Que salga el enemigo! ¡Que esta casa no es suya!”.
Ausente, con la mirada perdida y sin hablar
Tras los golpes, se atravesó su cuerpo hasta en doscientas ocasiones empleando leznas de hueso de hasta siete centímetros de longitud, sobre todo en brazos y piernas.
El examen forense, según publicaba la prensa de la época, determinaría que la causa de la muerte fue un “síncope, autointoxicación y agotamiento”. La familia llevaba varias semanas sin comer. Solo se alimentaban de agua caliente, agua florida y alcohol. El extremo estado de debilidad de la víctima, sumado al martirio de golpes e incisiones, propiciaron un fallecimiento inevitable. Según relataría la niña Antonia Santana, la familia dejó el cuerpo de Aurelia en la cama y se fue a la Iglesia.
Cuando Candelaria fue llevada a declarar ante el juez Santos presentaba “un estado lamentable”, según recogería El Progreso. La muchacha se mostró incoherente en todo momento, y no contestó a ninguna de las preguntas. Su señoría decreto su ingreso provisional en prisión, pero finalmente, y dada su situación de demencia, fue trasladada al Manicomio Provincial de Las Palmas, no sin cierta dificultad, debido a su constante estado de agitación. Allí fue preciso usar un determinado tipo de linternas cuyo haz de luz, al ser descargado sobre los ojos de la chica, la deslumbraban y la inducían a un estado de obediencia. O eso se pensaba entonces, porque ninguno de los medios persuasivos dieron resultado.
El doctor O´Shanaham se encargó personalmente de supervisar a Candelaria, a la que encontró, desde un primer momento, ausente, con la mirada perdida, y sin contestar a ninguna pregunta, dando la sensación, según la prensa de la época, de estar “ante una auténtica perturbada”.
Con el fin de provocar alguna reacción, le fue practicado un procedimiento denominado “reflejo ovárico”, pero no hubo respuesta de dolor. Posteriormente, se atravesaron sus brazos y piernas, con unas largas agujas, unas finas primero, y otras de mayor diámetro después, demostrándose con ello, según concluiría el doctor, que la joven estaba “bajo un estado de sugestión, semejante a la catalepsia”.
Las únicas palabras que se le oyeron decir a Candelaria, las pronunció durante su traslado al Manicomio. Con los ojos fuera de las orbitas, inquietud constante, y de manera semiinconsciente, repetía: “Dios siempre es Dios. La madre es buena. La materia es mala, Dios está aquí. Marchad de aquí los malos espíritus, los descreídos. Dios siempre me está diciendo: ¡Que salgan los malos espíritus! Hala por tu padre y por tus hermanas. El mal espíritu está aquí, y aquí está Dios. Dios es el padre celestial. Lo están viendo todo Jesús y María. Están aquí los ángeles. Aquí está Dios. Los malditos son ustedes, Jesús y Ferrer, el que murió por la patria. Están conmigo, Jesús, José y María están conmigo. Tengo buenas comunicaciones, muy buenas. ¡Cállense ustedes! Aquí está conmigo el padre celestial.”
Fernando Valido era un muchacho interesado en las corrientes espiritistas del momento. Solía frecuentar sesiones de mediumnidad, una moda que arrasaba en Europa y que acabó desembarcando en las islas. Su afición le llevó a algunos de los cuatro centros teosóficos que había en Las Palmas, y todas las semanas visitaba a Juanito “el espiritista” para que le enseñara los entresijos de aquella novedosa doctrina a la que se había adscrito buena parte de la burguesía de la época. De Fernando se decía que era tal su vocación que caía en trance con facilidad en las iglesias, y que, de hecho, fue el fundador en Telde de la Adoración Nocturna, una asociación de católicos que, como su nombre indica, se dedicaban a rezar a Jesús en horas de la noche.
Los sótanos del cielo
Cierto día, Fernando cayó enfermo. El desenlace de su enfermedad fue tan misterioso como su aparición. La salud del joven fue decayendo por momentos al no tomar medicamentos, quizás porque dentro de sus convicciones religiosas esto era algo que no era necesario, aunque quizás eso nunca lo sepamos. El caso es que falleció rápidamente y la conmoción en la familia fue terrible.
Candelaria Valido, una de sus hermanas, había sido erigida en la médium de la familia. Ya desde temprana edad manifestaba extraños comportamientos que a sus padres les hacía pensar que estaba en contacto con otras realidades. Así, se convirtió en la canalizadora del espíritu de Fernando. A veces, entraba en trance y la voz le cambiaba, como si fuese el propio Fernando el que estuviese hablando en ese momento. Esto debió de reconfortar a sus padres y hermanas, hasta que cierto día el primogénito manifestó que se encontraba solo, se hallaba en “los sótanos del cielo”. Fernando pedía compañía. Ese día, todo empezó cambiar para peor.
De alguna manera, se decidió que una de las hermanas debía de acompañar al pobre Fernando.
La elegida fue Carmen. Pero fue tanta la resistencia que opuso cuando iba a ser ajusticiada que se desistió, y la opción fue otra. Aurelia no se inmutó ante la decisión de su familia, y se dejó llevar hacia un ritual de torturas insoportables que terminarían con su vida.
Titular del diario El Progreso, días después del asesinato |
“¡Pegadle en el hocico! ¡Que aún no está muerta!”
Aún no queda muy claro el papel de cada uno de los participantes en el asesinato de Aurelia, pero por las actuaciones llevadas a cabo por el Juez de Telde, Julián Santos Cantero, podemos saber que fueron procesados: Francisco Valido y su esposa Aurelia Calixto, los padres, Juana, María del Pino y Candelaria, tres de las hermanas, José Macías, Gregoria y Concepción Sánchez, y la madre de éstas, Isidora Alemán. Éstas últimas eran vecinas de los Valido, lo que presenta un dilema sobre el grado de responsabilidad de cada uno en la muerte; y a su vez, pone sobre la mesa la cuestión de en qué medida podían ser conocido por la sociedad teldense lo que entre aquellas paredes estaba aconteciendo a finales de abril, ya que se comentaba (y se normalizaba) a pie de calle.
La sucesión de hechos más precisas sobre lo que a continuación aconteció fue recogida por el periódico El Progreso en su edición del 2 de mayo de 1930. Se trata del relato de un niña, Antonia Santana Pérez, de tan solo 7 años, y que se encontraba al servicio de la familia ese día. La pequeña pudo ver como José Macías le dio con un palo en las piernas a Aurelia. Tal fue el golpe que la joven cayó a plomo en el suelo. A continuación, la madre la llevó a rastras por los pelos, hacia dentro de la habitación, lugar en el que se consumaría el crimen. La chica no lloraba pero no dejaba de gritar. En ese momento, una de las hermanas, María del Pino, le golpeó con una botella en la cabeza.
Entretanto, Candelaria, acostada en su cama, gritaba: “¡Pegadle en el hocico! ¡Que aún no está muerta!”. Concepción, aterrada, se escondió en el baño porque no soportaba la escena, mientras Gregoria gritaba: “¡Que salga! ¡Que salga el enemigo! ¡Que esta casa no es suya!”.
Fernando Valido, muerto por una enfermedad dos meses antes del crimen, junto a una de sus hermanas. |
Ausente, con la mirada perdida y sin hablar
Tras los golpes, se atravesó su cuerpo hasta en doscientas ocasiones empleando leznas de hueso de hasta siete centímetros de longitud, sobre todo en brazos y piernas.
El examen forense, según publicaba la prensa de la época, determinaría que la causa de la muerte fue un “síncope, autointoxicación y agotamiento”. La familia llevaba varias semanas sin comer. Solo se alimentaban de agua caliente, agua florida y alcohol. El extremo estado de debilidad de la víctima, sumado al martirio de golpes e incisiones, propiciaron un fallecimiento inevitable. Según relataría la niña Antonia Santana, la familia dejó el cuerpo de Aurelia en la cama y se fue a la Iglesia.
Cuando Candelaria fue llevada a declarar ante el juez Santos presentaba “un estado lamentable”, según recogería El Progreso. La muchacha se mostró incoherente en todo momento, y no contestó a ninguna de las preguntas. Su señoría decreto su ingreso provisional en prisión, pero finalmente, y dada su situación de demencia, fue trasladada al Manicomio Provincial de Las Palmas, no sin cierta dificultad, debido a su constante estado de agitación. Allí fue preciso usar un determinado tipo de linternas cuyo haz de luz, al ser descargado sobre los ojos de la chica, la deslumbraban y la inducían a un estado de obediencia. O eso se pensaba entonces, porque ninguno de los medios persuasivos dieron resultado.
El doctor O´Shanaham se encargó personalmente de supervisar a Candelaria, a la que encontró, desde un primer momento, ausente, con la mirada perdida, y sin contestar a ninguna pregunta, dando la sensación, según la prensa de la época, de estar “ante una auténtica perturbada”.
Con el fin de provocar alguna reacción, le fue practicado un procedimiento denominado “reflejo ovárico”, pero no hubo respuesta de dolor. Posteriormente, se atravesaron sus brazos y piernas, con unas largas agujas, unas finas primero, y otras de mayor diámetro después, demostrándose con ello, según concluiría el doctor, que la joven estaba “bajo un estado de sugestión, semejante a la catalepsia”.
Las únicas palabras que se le oyeron decir a Candelaria, las pronunció durante su traslado al Manicomio. Con los ojos fuera de las orbitas, inquietud constante, y de manera semiinconsciente, repetía: “Dios siempre es Dios. La madre es buena. La materia es mala, Dios está aquí. Marchad de aquí los malos espíritus, los descreídos. Dios siempre me está diciendo: ¡Que salgan los malos espíritus! Hala por tu padre y por tus hermanas. El mal espíritu está aquí, y aquí está Dios. Dios es el padre celestial. Lo están viendo todo Jesús y María. Están aquí los ángeles. Aquí está Dios. Los malditos son ustedes, Jesús y Ferrer, el que murió por la patria. Están conmigo, Jesús, José y María están conmigo. Tengo buenas comunicaciones, muy buenas. ¡Cállense ustedes! Aquí está conmigo el padre celestial.”
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