El pasado jueves 14 de enero, el conocido como Reloj del Fin del Mundo volvía a mover sus manecillas. El evento tenía lugar en la Academia de las Ciencias de Nueva York, a las 10 de la mañana, hora local, y pudo ser seguido vía internet.
Se trataba de un acontecimiento muy singular, dado que este minutero se mueve sólo una vez cada tantos años. Lejos de constituir un leyenda urbana, el reloj existe de una manera muy física. Los "científicos atómicos", pertenecientes a la organización The Bulletin (o BAS, Boletín de los Científicos Atómicos) tras valorar las circunstancias actuales que se dan en el planeta, en el ámbito de cuestiones como el armamento nuclear o el cambio climático, desplazan de manera efectiva las agujas de un gran reloj (que siempre está al filo de la medianoche) para reflejar cuan cerca está la civilización humana de su colapso. La imagen de los expertos, ataviados con una bata blanca, manipulando el ingenio, ya hace tiempo que ha formado parte de la cultura popular, casi de manera icónica, tal y como hemos podido en la reciente película "Watchmen" (dirigida por Zack Snyder y estrenada en 2009), versión del excelente cómic de Alan Moore.
¿Y cual ha sido el resultado? No demasiado malo. Los miembros de The Bulletin han ajustado el minutero a 6 minutos, frente a los 5 anteriores. Nos han dado un minuto de margen, lo cual, dado los tiempos de corren, no está mal. Sin embargo, tal y como nos advierte el propio panel de expertos, al adelantar el Reloj sólo un minuto más, realmente se nos transmite lo mucho que queda aún por hacer.
Los científicos atómicos han valorado positivamente el grado de conciencia pública en relación al armamento nuclear, así como el cambio de orientación del actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en el ámbito de las relaciones internacionales con respecto a algunos de los países a los que el ex presindete Bush había incluido en su "Eje del Mal".
En alusión al actual presidente norteamericano afirma que "con un mayor enfoque para resolver problemas, no sólo ha iniciado nuevas conversaciones sobre la reducción de armas nucleares con Rusia y ha comenzado las negociaciones con Irán para cerrar su actual programa de enriquecimiento nuclear, sino que está liderando un esfuerzo global por asegurar el material fisible fuera de control, de aquí a cuatro años".
Al mismo tiempo, se suscribe una idea que ya había dejado patente el Panel en ocasiones anteriores: los efectos del cambio climático, a largo plazo, pueden resultar tan perjudiciales como los de una guerra nuclear.
Así, Stephen Schneider, miembro del BAS y profesor de Biología de la Universidad de Stanford, considera que "ya no podemos evitar el calentamiento global. Se halla sobre nosotros, derritiendo rápidamente los casquetes polares, provocando la acidificación de los océanos, la pérdida de los arrecifes de coral, más sequias, incendios forestales más devastadores y la elevación del nivel del mar que amenaza a regiones insulares y costeras. Son signos inequívocos de un cambio en el clima de la Tierra". En este sentido, y pese a los decepcionantes resultados de la pasada cumbre mundial del clima, en Copenhague, elogia los esfuerzos de los países (en especial los más contaminantes del planeta, Estados Unidos y China) por reducir las emisiones de dióxido de carbono.
Para el BAS, "estas medidas sin precedentes, son signos de una clara voluntad política para hacer frente a las dos amenazas más graves de la Humanidad: el terror de las armas nucleares y el cambio climático fuera de control".
65 años haciendo tic-tac
La sede de del Boletín de los Científicos Atómicos se encuentra en el número 6062 de la calle Kimbark (Chicago). Sus integrantes tienen reuniones periódicas en las que analizan el estado del planeta en cuestiones medioambientales o las armas de destrucción masiva. La decisión de adelantar o atrasar el reloj es tomada por la Junta Directiva del Boletín, que incluye a 19 Premios Nobel.
El Reloj constituye una ingeniosa metáfora que, de manera muy gráfica, alerta sobre los peligros que debe afrontar la humanidad.
El origen de la idea se sitúa en noviembre de 1945 cuando un grupo de científicos (muchos implicados en el nacimiento de la primera bomba atómica) tomó conciencia del monstruo que se había creado tras la demoledora experiencia de Hiroshima. Al frente del proyecto se situó Eugene Rabinowitch, quien estuviera trabajando meses antes en el laboratorio metalúrgico del Proyecto Manhattan, y que sería el editor jefe de un boletín que empezó a distribuirse quincenalmente (el primer número corresponde al 10 de diciembre de 1945) . El objetivo fundamental era el de concienciar a la comunidad internacional de la necesidad de controlar los materiales susceptibles de ser usados como armas atómicas. Ya en los primeros números se advierte sobre la intención de otras naciones de conseguir la misma tecnología armamentística, cuestión que se corroboraría indefectiblemente, años más tarde con la primera detonación rusa.
En 1947, se pensó que, para comunicar de la mejor manera posible las indicaciones del boletín, haría falta un elemento más persuasivo. De ahí que, en aquel año, se le encargara a la artista Martyl Langdorf el diseño de un reloj. El minutero se había situado tan sólo a 7 minutos de las 12, en una clara intención de no permitir ningún relajamiento en este asunto. De aquí en adelante, sería el adorno que acompañaría a las portadas de la publicación.
En 1949 ocurrió lo inevitable. Rusia detonaba su primera bomba de uranio, dando lugar a los primeros pasos de la escalada armamentística entre los dos países y, con ello, el inicio de la Guerra Fría.
Los científicos del Boletín pensaron que aquello era muy grave, así que decidieron dotar de vida al reloj, es decir, movieron por primera vez sus manecillas a 3 minutos escasos de la medianoche. Con esta maniobra se realzaba el carácter dinámico del sistema. Con ello se transmitía la idea de que no había tiempo que perder en este terreno. Casi podías escuchar el tic-tac.
El momento en que el Reloj estuvo más cerca de las 12 fue 1953 (sólo 2 minutos) , tras la explosión de la primera bomba H en el Océano Pacífico por parte de Estados Unidos, un artefacto miles de veces más potente que el de Hiroshima. 1991, con la caída del telón de acero y el fin de la Guerra Fría marcaría, sin embargo, el instante de mayor distensión, con un margen de 17 minutos, nada menos. Aunque aquello, claro está, fue sólo una ilusión temporal...
En enero de 2007, el pulso de la comunidad internacional con Corea del Norte e Irán, así como los previsibles intentos por parte de grupos disidentes de hacerse con un artefacto atómico llevaría al reloj a sólo 5 minutos finales. Fue el penúltimo movimiento del minutero. En esta ocasión, por primera vez, se incluyó el cambio climático como un riesgo potencial para la Humanidad.
Sobre el Reloj de Chicago hablé ampliamente en mi libro El Reloj del Fin del Mundo (Ed. Nowtilus, 2008).
Primera edición del Boletín de los Científicos atómicos (diciembre de 1945):
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