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Luces y ruidos extraños en el convento de San Agustín de La Laguna



Los relatos sobre apariciones de fantasmas y fenómenos paranormales son universales, pero ciudades como La Laguna parecen ser el hábitat perfecto para que este tipo de testimonios afloren en cada esquina. Quizás, porque su casco antiguo suma ya más de 500 años. Quizás porque la ciudad está levantada encima de una antigua laguna y nadie sabe aún a ciencia cierta que esconden sus cimientos. O quizás porque en sus primeros años de historia fue la urbe más importante del archipiélago, y por allí pasaron todas las grandes familias, cada una con su bagaje, con sus miserias y sus éxitos, sus luces y sus sombras.
En sus largas calles adoquinadas aún parece que resuenan los ecos de historias extraordinarias que tuvieron que suceder hace cientos de años. Los antiguos edificios las flanquean solemnemente y parecen querer hablar a los viandantes. Cuando caminas por la calle San Agustín, una edificación destaca inevitablemente: el convento de San Agustín, adyacente a la Iglesia de la misma orden que, desgraciadamente, fue pasto de un monstruoso incendio en 1964 e, inexplicablemente, aún sigue en ruinas.

La primera universidad de Canarias
El convento se levanta imponente en el número 46 de esta vía y se encuentra orientado hacia la puesta de sol en el solsticio de verano. Fue uno de los primeros edificios de la ciudad, a principios del siglo XVI, cuando La Laguna era la metrópolis de Canarias.
La historia del inmueble se remonta a 1506 cuando el adelantado Fernández de Lugo otorgó estos terrenos a la orden de los agustinos por su papel en la evangelización de Canarias tras la conquista; aunque fue en torno a 1560, siendo prior Fray Pedro Grimón, cuando se terminó la construcción del edificio. En 1817 fue la sede de la primera universidad de Canarias, la Universidad Literaria de San Fernando, que tuvo sus puertas abiertas hasta 1845, año en que se convertiría en el Instituto Canarias Cabrera Pinto. Una institución que mantiene sus puertas abiertas hasta hoy en día, y por el que han pasado alumnos tan ilustres como el escritor Benito Pérez Galdós, el pintor Óscar Domínguez o el poeta Agustín Espinosa.

El convento dispone de un pequeño museo antropológico

Ésta sería, sucintamente, la historia del convento, pero lo que nos trae al caso es la desconocida historia de fenómenos inexplicables que afecta al edificio y que ha sido manifestada por el personal, fundamentalmente, miembros de la seguridad privada. Recientemente pudimos mantener una conversación con alguien relacionado con la administración del edificio, a quien llamaremos Julián. Esta persona nos trasladó una serie de vivencias experimentadas por los trabajadores que han estado vigilando el edificio. Los fenómenos descritos van desde materializaciones de objetos en los pasillos hasta observaciones de luminarias.
Uno de los episodios más llamativos propició que uno de los trabajadores sacara su arma reglamentaria. Una actuación que podría considerarse razonable si tenemos en cuenta que el convento alberga obras de arte de gran valor, y cualquier ruido o actividad sospechosa puede poner en guardia a las personas encargadas de la seguridad del recinto. El caso es que en cierta ocasión, en plena noche, una naranja cayó hacia uno de los pasillos que dan al claustro. Un hecho que Julián considera imposible ya que hay muros que lo impiden.  “Esta persona -añade Julián- viendo que ocurrió algo que es prácticamente imposible sacó el arma, se asusto y se salió del convento. Fue una noche de hace unos quince años. El susto fue tal que pasó el resto de la noche fuera”. Puntualiza que esa noche estaba solo y que no solo vió caer la fruta, también la vió rodar.
Nuestro entrevistado asegura que otro trabajador “no aguantaba estar allí porque notaba presencias”. Literalmente, “se le ponía la piel de gallina, aunque nunca supo describir exactamente por qué”.

Los ruidos casi siempre provenían del piso superior, sobre todo pisadas.


Una extraña luz en el pasillo
Otro curiosísimo capítulo dentro del rosario de historias extrañas que han tenido como protagonistas a los encargados de la seguridad privada del inmueble fue la presencia de una luminaria en uno de los pasillos. “A otro persona se le apareció en medio de la oscuridad una luz. Aquel resplandor le vino de frente pero se desvaneció”. Al parecer, en ese momento un compañero estaba en la sala donde se encuentran los monitores conectados a las cámaras de seguridad, y le aseguraría que él también vio aquella luz a través de las pantallas. “Entonces, ¿ese fenómeno se encuentra grabado en alguna cinta?”, inquirí con entusiasmo a Julián. “Que va, no está grabado -respondió, a mi pesar-. El sistema de cámaras es antiguo. Esto ocurrió hace más de quince años, y las cámaras no grababan".
Los episodios descritos me parecieron especialmente llamativos por no ser frecuentes dentro de la literatura sobre casas encantadas. Sin embargo, también se daban otros sucesos extraños que entran en la fenomenología más clásica. Uno de ellos son los ruidos de pisadas. Un fenómeno que ya hemos recogido en otras casas de La Laguna, El Museo de Historia, sin ir más lejos. Y como sucedía allí, aquí también en la planta superior.
Julián me aseguró que le llegaban historias de que “los trabajadores de seguridad escuchaban ruidos de todo tipo” cuando, siendo de noche, el museo estaba cerrado. Estos sonidos generalmente provenían de la planta de arriba. Me decía ésto cuando paseábamos por el claustro y, precisamente en ese momento, escuchamos unos pasos nítidos y pesados por encima de nuestras cabezas. En aquel momento, claro, no había misterio. Estábamos en horario de visitas. “Algo así me han dicho que han escuchado”, aclaró. “¿Tan claramente?”, le inquirí. Julián movió la cabeza en sentido afirmativo.
En ese momento, el encargado de la seguridad lo primero que pensó es que podría estarse produciendo un robo ya que, como hemos apuntado, en el convento se exponen numerosas obras de arte. Así que rápidamente (Julián continuaba su relato) subió al piso de arriba, solo para comprobar que se encontraba vacío. ¿Cómo explicar este incidente?, pensé. La cantidad y calidad de detalles hace que la sugestión y el ruido de las antiguas maderas se me queden cortos. Lo de las maderas crujiendo era algo habitual por la noche, según mi entrevistado, aunque en otro contexto lo podría explicar fácilmente como el cambio de temperaturas entre el día y la noche, por ejemplo. También me habló de aullidos en el jardín, descartando la posibilidad de gatos en ese lugar.

Una luz se acercó a los trabajadores en uno de los pasillos que hay junto al patio.

Otro fenómeno manifestado por los trabajadores era el de los objetos que parecen moverse solos. El ascensor, por ejemplo. A altas horas de la noche, uno de los compañeros vio como el ascensor bajó, cuando nadie lo había llamado, para descubrir que, cuando se abrió la puerta, estaba vacío. Aquel hombre, por lo visto, sintió un gran escalofrío en ese momento.
El mismo testigo pasó otra noche inquietante. Su compañero le dijo que quería ir al baño, a lo que aquel le respondió que la puerta estaba abierta. Al cabo de un instante regresó asegurando que la puerta estaba cerrada, como si hubiesen echado el pestillo. Cuando ambos fueron a ver qué pasaba, comprobaron que la puerta se podía abrir sin problemas, lo que puso nervioso al trabajador que tan solo unos minutos antes había intentado entrar sin éxito.
Sobre la interpretación que los empleados de la seguridad le dan a estos sucesos, hay de todo. Hay quienes piensan que la sugestión que puede provocar el estar en una situación de silencio prolongado, muchas veces a solas en un antiguo inmueble puede condicionar la percepción. “La mente forma su propio dibujo de lo que está pasando”, le dijo uno de los trabajadores a Julián, pero a renglón seguido apostilló: “aunque son cosas que no puedo explicar. ¿Cómo es posible que la puerta del ascensor se abra y se cierre sola?”
Los testimonios aportados no son probatorios de nada, claro está, pero, como siempre decimos, vale la pena recogerlos porque a fin de cuentas hablan de sucesos que emanan de personas a las que les presuponemos total honradez y, por lo tanto, se trata de auténticas vivencias, al margen de las explicaciones que cada episodio pueda tener. Como hemos comprobado en muchas ocasiones, estas historias son contadas solo en las distancias cortas, muchas veces por temor a ser ridiculizado, y rara vez son accesibles a los investigadores, por lo que permanecen discretamente, entre las paredes del edificio, formando su propio ecosistema a la espera de ser rescatadas.


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